Tamadaba
Parque Natural, paradigma de paisaje
Águedo Marrero
Biólogo del Jardín Botánico Canario "Viera y Clavijo"
Fotos: Águedo Marrero - Sergio Socorro - Rincones
Aquella era la primera vez que visitaba Tamadaba, formando parte de la última promoción de Magisterio que requería de la formación en campamento para la enseñanza oficial. Esto debía ocurrir por el año 1976. Después de que el meritorio de turno arriara la bandera y se diera el toque de silencio, el campamento se sumía bajo las tiendas. Pero uno de los días al llegar la media noche, como habíamos convenido, el grupo estaba de nuevo reunido. Sigilosamente fuimos llegando bajo el pino señalado, al noroeste del Altar. Luego nos encaminamos hacia el borde de los riscos, que en potentes acantilados se precipitaban desde los mil metros hasta el mar. En un solapón, justo debajo de la cornisa que miraba hacia Guayedra y Las Nieves, nos acomodamos. Llevábamos con nosotros alguna guitarra y sobre todo inquietudes, e inevitablemente hablamos y discutimos sobre temas entonces subversivos. Y pudimos compartir el bullicioso silencio de los precipicios y el del pinar, envuelto todo por el silencio inmenso pero cercano del mar. He de reconocer que aquella brisa fugaz de la niebla en la madrugada, el silbido tenue del aire entre las acículas de los pinos y el penetrante olor a trementina de aquel mes de julio, habrían de dejar impregnada para siempre mi memoria.
Tamadaba en su acepción mas genuina comprende los pinares del macizo homónimo: los de la meseta en el Llano de la Mimbre y los del pico de Tamadaba, los de Sansó y estribaciones del barranco de la Hoya, y los que desde la casa de Tirma bordean las laderas hasta Faneque, por las estribaciones del barranco de la Hoya del Laurel, del Pino Gacho, del Palmar y del Majorro. Además, asociados a Tamadaba estaban las posibles excursiones o rutas a Altavista, Tirma, Faneque, Las Presas o San Pedro y el Valle. Hoy Tamadaba da nombre a uno de los Parques Naturales de Gran Canaria y abarca no sólo la parte más alta y tradicional sino también todo el abanico de laderas, barrancos y acantilados costeros que se precipitan al mar, desde el Valle de Agaete hasta el barranco de El Perchel en San Nicolás de Tolentino.
Geológicamente viene conformado por los macizos de Altavista-Tirma y de Tamadaba, que constituyen una muestra espectacular, erosionada y aflorante del más primitivo edificio del Mioceno Medio de Gran
de Gran Canaria. Estos macizos quedan excavados por los valles de Guayedra-La Palma, y del Risco-Tirma, y cortados en potentes acantilados en El Valle, Guayedra, Faneque, Andén Verde y Punta de la Aldea. Precisamente estos acantilados presentan una espectacular exposición de las formaciones basálticas más antiguas del basamento insular y en las cotas medias y más elevadas imponen su sello geológico la formación traqui-riolítica especialmente del dominio Intracaldera. Entre ambas formaciones aparecen los afloramientos de alteración hidrotermal, los cuales establecen una clara discordancia entre las mismas y marcan el borde de dicha caldera: la vieja Caldera de Tejeda. Tales
afloramientos, conocidos popularmente como azulejos, se manifiestan en los más diversos colores, desde los blancos, amarillos, ocres, rojizos o lilas, hasta azules, grises o verdes. Destacando además por su interés geológico la playa levantada y fósil de Punta de las Arenas.
Diversidad vegetal
En este espacio natural que va desde el litoral hasta los 1.400 m de cota se desarrollan de forma generosa los distintos tipos de vegetación que caracterizan este borde del noroeste insular. Entre estas comunidades conviene destacar:
- Las comunidades xérico-halófilas del tabaibal de toldas (Euphorbia aphylla) donde destacan importantes endemismos locales. Estas comunidades se desarrollan en riscos y laderas con influencia del aerosol marino y que en zonas como la de Andén Verde se hace notar por encima de los 600 metros de cota.
- Comunidades xéricas del tabaibal cardonal que cubren laderas más suaves o se intercalan entre las anteriores en las vertientes menos expuestas al aerosol.
- Los matorrales del termoesclerófilo, representados en los valles coluviales, en las cotas bajas, por los bosquetes abiertos de almacigales y palmerales, pero mucho más ricos en especies en los andenes y ancones de las zonas altas, donde se desarrollan los jarales (Cistus monspeliensis) o retamares (Teline rosmarinifolia). Sin descartar la posible presencia de sabinar o de dragos comunes, como parece atestiguar la monumental sabina del Cortijo de Tirma, o la vieja referencia de dragos en Guayedra.
- Las comunidades rupícolas se desarrollan en plenitud en la mayor parte del Parque Natural, desde las más simples, formadas casi en exclusiva por Camptoloma canariense, en los acantilados costeros, hasta las abigarradas comunidades de los cantiles elevados del valle de Guayedra y del barranco Oscuro, que albergan una de las mayores concentraciones de diversidad vegetal de Canarias, con la presencia del género endémico y exclusivo de la zona, Sventenia.
- Pinares húmedos, como en todo el macizo de Tamadaba, especialmente en las vertientes del norte o mesetas con influencia de los vientos alisios, o en las faldas altas de Tirma y Altavista, en cuyo sotobosque se desarrollan matorrales frondosos con olivillos (Phillyrea angustifolia), brezos (Erica arborea) o acebiños (Ilex canariensis), además de escobonales,
codesales, hogarzales o jarales, y donde destaca el tomillón (Micromeria pineolens).
- Pinares secos, en sus formas de pinar de sur, como en las vertientes que caen sobre la cuenca de El Risco, hacia Tirma.
Todas estas comunidades vegetales, especialmente las boscosas y de matorral, desempeñan un importante papel en la captación de agua por condensación y en la protección de suelos, conformando importantes ecosistemas y biocenosis terrestres.
El Parque Natural de Tamadaba sobresale por la extraordinaria diversidad biológica que contiene, sobre todo vegetal, con varios géneros endémicos como, Dendriopoterium, Babckockia, Chrysoprenanthes o Sventenia, además de representantes de otros géneros endémicos canarios o macaronésicos como Aichryson, Allagoppapus Argyranthemum, Bencomia, Bystropogon, Cedronella, Gesnouinia, Greenovia, Heberdenia, Isoplexis, Monanthes, Neochamaelea, Parolinia, Pericallis, Phyllis, Picconia, Plocama, Schizogyne, Todaroa o Visnea.
Estos endemismos se encuentran repartidos por todo el Parque, pero merece destacar, los acantilados de Andén Verde y de las Arenas, con especies como la magarza chica (Argyranthemum frutescens subsp. pumilum), la siempreviva (Limonium benmageci), el corazoncillo de Andén Verde (Lotus callis-viridis), la mostaza de Guayedra (Descurainia artemisioides), la magarza de Lid (Argyranthemum lidii), etc., o los notables riscos altos que se prolongan por todo el borde del pinar: barranco Oscuro, del Palo, Guayedra y La Palma hasta Faneque. En estos paredones y acantilados crecen el cerrajón de Sventenius (Sventenia bupleuroides), la magarza de Guayedra (Tanacetum oshanahanii) la gildana
de Faneque (Teline rosmarinifolia subsp. eurifolia), la colderisco de Tamadaba (Crambe tamadabensis), el algaficón de Tamadaba (Dendriopoterium menendezii), la crestagallo de pinar (Isoplexis isabelliana), o la lenguapájaro de Tamadaba (Globularia ascanii).
Este borde acantilado que recibe con cierta intensidad los alisios húmedos y que en andenes y laderas manifiesta una mezcla de elementos termoesclerófilos y del pinar, marca igualmente el borde noroccidental de las formaciones lauroides, con especies tan significativas como heberdenias, mocanes, madroños o marmulanes, además de laureles, acebiños o follaos.
Con más de medio centenar de taxones vegetales amenazados, Tamadaba presenta unos diecisiete taxones vulnerables y otros nueve en peligro de extinción: Globularia ascanii, Limonium benmageci, Tanacetum oshanahanii, Teline rosmarinifolia subsp. eurifolia, Argyranthemum lidii, Crambe tamadabensis, Isoplexis isabeliana, Lotus callis-viridis y Sideroxylon marmulano, siendo los cuatro primeros exclusivos del área.
En conjunto presenta 6 endemismos exclusivos del Parque, 33 endemismos de Gran Canaria y 64 endemismos del Archipiélago canario, con un 20 % de la flora endémica del Archipiélago y cerca del 25 % de la flora endémica de Gran Canaria. Y aún cabría añadir la riqueza en plantas criptógamas, musgos, hepáticas y líquenes, tanto epifitos como de recubrimiento de suelo y rocas, y los hongos, donde por ejemplo para el entorno del pinar se han citado más de150 taxones, incluyendo la seta descrita para la zona, Cystoderma terrei var. nogalesii.
Diversidad animal
La fauna es igualmente notable, destacando especialmente las aves y los reptiles. Entre las aves sobresalen dos joyas de la avifauna canaria como es la presencia del pico picapinos grancanario (Dendrocopos major thanneri) y del pinzón azul de Gran Canaria (Fringilla teydea polatzeki), pero en realidad Tamadaba acoge a la mayoría de las aves presentes en esta Isla. No resulta difícil observar por encima de los pinos o más allá de los cantiles alguna pareja de aguilillas (Buteo buteo insularum), tranquilas o molestadas por cernícalos (Falco tinnunculus canariensis), y con algo de suerte y atención podremos reparar en los chasquidos metálicos de alguna pareja de halcón peregrino (Falco peregrinus) o en el vuelo rápido y sagaz del gavilán (Accipiter nisus). Y entre las ramas de los pinos o, más abajo en el matorral xérico, los más diversos pájaros: fraileras (Parus caeruleus), pechugas (Erithacus rubecula superbus) u horneros (Phylloscopus canariensis), capirotes (Sylvia spp.) o alcaudones (Lanius meridionalis), en las
charcas y manantiales las alpispas (Mostacilla cinerea canariensis), indeciso en los claros el bisbita caminero (Anthus berthelotii) o en bandadas los canarios (Sirenus canarius), y de vez en cuando sobrevolando los cantiles o entre los pinos algún cuervo (Corvus corax canariensis), en declive en las últimas décadas.
Los acantilados marinos nos pueden sorprender con el pausado pero decidido vuelo de algún guincho (Pandion heliaetus), o con colonias notables de la gaviota macaronésica (Larus cachinnans atlantis), que anidan en los acantilados de Guayedra, Andén Verde y Punta de la Aldea hacia finales del verano, y la pardela cenicienta (Calonectris diomedea) que al caer el crepúsculo, en estas fechas, vuelve a ocupar sus madrigueras pudiendo ascender hasta las cotas del pinar. A esto se añade el cortejo de otras aves acuáticas y esteparias, marinas pelágicas o limícolas. Y al pie de los cantiles, en sus aguas litorales, habitan hasta una docena de especies de peces más otras cuarenta de invertebrados marinos.
En todo el área del Parque pero especialmente en las zonas bajas se pueden observar el lagarto gigante grancanario (Gallotia stehlini) e igualmente la lisa de cola verde o azul (Chalcides sexlineatus). Los invertebrados, mucho más numerosos pero inadvertidos, presentan un alto grado de endemismos, desde los ampliamente representados como el saltamonte áptero grancanario (Acrostira tamarani) hasta el escarabajo endémico local (Pimelia estevezi), exclusivo de la playa fósil de Punta de las Arenas.
El Parque Natural de Tamadaba incluye en su fauna 8 especies y 2 subespecies endémicas de Gran Canaria, 11 subespecies endémicas del Archipiélago y una especie y 5 subespecies de la región macaronésica, y el carácter abrupto e inaccesible de muchos rincones, aún por explorar, de este Espacio Natural, hacen prever una riqueza mayor.
Tamadaba y el Hombre
Una parte importante del núcleo forestal de Tamadaba quedaba ya recogido en el catálogo de Montes de Utilidad Pública: Tamadaba, El Pinar y el Cortijo de Tifaracás, y que soportaban un uso moderado. Los cortijos de Sansó y de Tirma, íntimamente ligados al pinar, mantenían un uso agrícola, de pastoreo e incluso silvícola-maderero, mientras el cortijo de Guayedra mantenía un uso esencialmente de pastoreo con algo de agricultura en el fondo del valle. Como único asentamiento humano dentro del Parque Natural se encuentra el núcleo rural de El Risco cuyas actividades principales han
sido la agrícola y el pastoreo. Actualmente la mayoría de estas actividades han ido remitiendo, por el abandono de las mismas, por tendencia al semiestabulado, o por paso de la propiedad al patrimonio público, como es el caso del Cortijo de Tirma-Tifaracás. Los Llanos de La Mimbre, en el pinar de Tamadaba, ya venían manteniendo un uso como campamento de formación y esparcimiento, al que posteriormente se suman las áreas recreativas próximas.
La historia de su conservación como Espacio Natural se inicia en 1978 cuando el ICONA realiza el ‘Inventario Abierto de Espacios Naturales de Protección Especial de la Provincia de Las Palmas’, donde quedaban incluidos Tamadaba y Andén Verde. En 1986 el Cabildo de Gran Canaria aprueba el ‘Plan Especial de Espacios Naturales’ de la Isla, donde Tamadaba quedaba recogido como Parque Natural. A nivel legal toma forma como tal en la ‘Ley de Declaración de Espacios Naturales de Canarias` (Ley 12/1987), en la ‘Ley de Espacios Naturales de Canarias’ (Ley 12/1994) y en el texto Refundido (Decreto Legislativo 1/2000). En 1979 fue declarado mediante Directiva Europea, como ‘Zona de Espacial Protección para las Aves’, en 1999 el Gobierno de Canarias declara buena parte del mismo como ‘Lugar de Interés Comunitario’, y todo un sector a lo largo de la costa de la Aldea a Agaete tiene la consideración de ‘Punto de Interés Geológico’ por el Instituto Tecnológico Geominero de España. En el 2003, finalmente, se aprueba el ‘Plan Rector de Uso y Gestión’.
Todas estas iniciativas, declaraciones y normativas van permitiendo que tanto el uso tradicional como el actual puedan ser encausados y compatibles con la conservación de este más que notable Espacio Natural: Zonas de exclusión para la recuperación del pinzón azul, control de acceso a las zonas restringidas y de uso moderado, vigilancia en las áreas recreativas, … Pero no siempre soplan vientos favorables.
Algunos viejos pinos han caído, en los últimos años, por los vientos huracanados, otros por las estridentes sierras mecánicas; los machos cimarrones deambulan a placer o en ganados, desde el Barranco del Palo y Guayedra hasta Faneque y Andén Verde; las brisas de Guayedra y El Risco anuncian vendavales de fresadoras, escombros, asfalto y hormigón, el ‘Plan Rector de Uso y Gestión’ ya aprobado se demora, el llano de La Mimbre queda como “zona de uso general” afectando hasta el borde del acantilado, …
Hoy, desde el mismo solapón, aquel de mis recuerdos, se puede percibir el bullicio de las gentes agolpadas en torno a sus todo-terrenos, tiendas o roulottes en el borde de los riscos, se puede seguir un partido de fútbol o se percibe el aroma a carbón bituminoso, chuletas de cochino, chorizos
parrilleros, cuando no a condones o heces. Esta zona se ha venido convirtiendo en foco de erosión ambiental, de entrada de especies exóticas y agresivas y foco de entrada de basura y contaminación, que afectan a todos los acantilados colindantes. Y el pinar viene sufriendo las consecuencias del pisoteo, sobre todo rodado, que nos va dejando poco a poco la consecuente calva cada vez más difícil de subsanar. Todo ello desde el mismo corazón de Tamadaba.
Pero como
en alguna ocasión decía el Director del Museo de la Ciencia y del Hombre, ‘las
islas son espacios de construcción de utopías’. Tamadaba ya no sólo es una zona
de acampada y de nuestras memorias, no sólo es un pinar, ‘El Pinar’ para muchos
grancanarios, o un cortijo, y no sólo es un espacio natural protegido, un Parque
Natural. Tamadaba, por ser uno de los espacios mejor conservados de Gran
Canaria, con una notable diversidad geológica y biológica y una incomparable
belleza paisajística, que impresiona y sobrecoge a quienes lo visitan, es sobre
todo un sentimiento, un deseo, ¿una utopía?, un patrimonio natural que no sólo
es nuestro, pertenece a las generaciones futuras. Esperamos que aquellos que
sólo lo aprecian como imagen virtual en las lunas o cristales del progreso,
sepan respetar este rincón de Naturaleza y compartan esta misma ilusión.
También sus hijos, los hijos del progreso lo agradecerán.