Rincones del Atlántico

Fuerteventura
la drástica transformación de un paisaje vegetal desconocido

Octavio Rodríguez Delgado
Profesor titular de botánica de la Universidad de La Laguna
Fotos: Sergio Socorro y Octavio Rodríguez Delgado


Está fuera de toda duda que el paisaje vegetal que ofrece Fuerteventura en la actualidad poco tiene que ver con el que existía antes de la llegada del hombre, cuando esta isla poseía una densa cubierta arbustiva y arbórea que cubría casi toda la superficie insular, en la que destacaban extensos tabaibales y cardonales, bosquetes de tarajales y palmerales en los barrancos y valles, así como acebuchales en las zonas montañosas; incluso pudieron existir pequeños enclaves de monteverde en las vertientes orientadas al norte de las cumbres más elevadas, a lo que se sumaba una densa vegetación herbácea en las épocas más lluviosas. El antiguo nombre de la isla pudo hacer referencia a este manto verde, tal como puso de manifiesto fray Juan de Abreu Galindo en 1632: “cuando los franceses vinieron a estas islas, habían llamado a la isla de Fuerteventura Fortuite, y Herbaria, por la abundancia de yerbajes que en esta isla se produce y cría”1. Casi tres siglos después, en 1900, la misma teoría fue apoyada por Cipriano de Arribas y Sánchez, aunque con una variante ortográfica: “Le han llamado Hervania, sin duda por los excelentes pastos secos y abundantes en tiempo de lluvias que hace producir buena leche”2.

Actuaciones humanas sobre la vegetación

Pero desde la llegada de las primeras comunidades humanas a Fuerteventura, a comienzos de nuestra era, esta isla comenzó a sufrir un continuado aprovechamiento de los recursos vegetales, condicionado por las necesidades de la población, que se mantuvo e intensificó a raíz de la Conquista europea con la llegada de colonos que tenían nuevas necesidades materiales y mejores herramientas. La intensa acción del hombre, directa o indirecta, así como la de su ganado, llevó a un profundo retroceso, e incluso a su extinción, a las especies arbóreas más sensibles y exigentes.

En la época prehispánica, el majorero, con sus limitadas herramientas de piedra, comenzó a dañar las formaciones vegetales arbóreas con el fin de obtener madera para sus armas (garrotes o “tezezes” de acebuche), útiles domésticos y, sobre todo, para usarla como combustible, por lo que a la llegada de los europeos la superficie forestal ya se había visto reducida de forma notable y algunas de las especies se habían extinguido (pino, viñátigo, madroño, sauce, etc.), como se deduce de los estudios antracológicos realizados en la Isla. En la alimentación también incluyó frutos de algunos árboles (dátiles de palmera datilera y canaria, yoyas de mocán, creces de faya, etc.), semillas que tostaban para obtener gofio (cosco, barrilla, cenizo, malva, etc.), plantas herbáceas enteras (cerrajas, verdolaga, etc.) y setas (turmas). Además, usaron algunas hierbas con carácter medicinal. No se puede olvidar tampoco la intensa y negativa acción predadora de los grandes rebaños de ovicápridos introducidos por los aborígenes, pues al depender de ellos ya habían ocupado toda la isla en la etapa prehispánica; y en las épocas más desfavorabl destruyendo los brotes tiernos e incluso los ejemplares más jóvenes.

Después de la conquista, el consumo de materia vegetal para uso doméstico aumentó de forma considerable, pues a la demanda de leña como combustible se unió el empleo de la madera en la construcción de edificios, muebles, carretas, etc. La tala masiva se vio favorecida por la existencia de herramientas metálicas (hachas, serruchos, etc.), que permitían el corte rápido de cualquier árbol. Entre las especies de aprovechamiento maderero que aparecen documentadas en los acuerdos del Cabildo, entre los siglos XVI y XVIII, figuran: el acebuche (también llamado aceituno, olivo silvestre o chaparro), que era el árbol dominante en los bosques termófilos, el almácigo, la palmera o palma y el tarajal; otras especies arbóreas citadas en las crónicas para la isla, que pudieron haber tenido el mismo uso, fueron el brezo, el laurel, el lentisco y el peralillo. También se obtuvieron aperos de labranza, orejeras, telares, travesaños y cuñas de las especies arbóreas, sobre todo del tarajal, aprovechamientos que siempre fueron permitidos a pesar de la escasez de materia prima, aunque con moderación y previa licencia. Asimismo, llegó a concederse licencia para aprovechamiento forrajero de las ramas de acebuche, aunque sólo en las épocas de extrema sequía y escasez de pastos, y con frecuencia se concedía licencia para cortar ramas de árboles y hojas de palma para adorno de pueblos o templos con motivo de las fiestas, así como para la industria artesanal.

Durante el Antiguo Régimen gran parte de los árboles de la isla eran bienes de propios del Cabildo, por lo que éste los inventariaba y controlaba su tala, con la obligación de su reposición. La tremenda necesidad de madera que existía en la isla obligó enseguida a las autoridades a tomar medidas de protección, con severas penas para los infractores, sobre todo en la explotación de leña, que por ese motivo tuvo que ser prohibida: “Sabiéndose que los chaparros y acebuches se destruyen por cortarlos verdes, en perjuicio de la fábrica de las casas y los hacen leña, acordaron prohibirlo”3. Con el mismo motivo, y para evitar que los cortasen, se nombraron guardas en los principales bosquetes o matas de tarajal, que eran los de la Torre, Ajuy, Ayose, Ugán, Tarajalejo, Violante, Tamaretilla y Tarajal de Sancho, así como los de Gran Tarajal y Catalina García, que aún se conservaban a finales del siglo XVI. Especial énfasis se puso en la conservación de la cubierta arbórea en los nacientes de agua y el borde de los caminos. A pesar de todas estas medidas, la escasez y sobreexplotación de los pequeños espacios arbolados, así como la sobrecarga pastoril con ganados perniciosos para las plantas leñosas, abocó a los habitantes de Fuerteventura a buscar un suministro constante de madera en Tenerife y La Palma, donde la adquirían a cambio de grano. No obstante, la madera obtenida de las matas majoreras, especialmente de los tarajales, se llegó a exportar en cantidades significativas a la Isla de Lanzarote.

El empleo como combustible de las distintas especies de Euphorbia estuvo muy extendido en Fuerteventura, pues no podemos olvidar la importancia que en esta isla ha tenido la producción de cal y yeso, que se obtenía en las decenas de hornos que salpican la geografía insular, sobre todo en la franja costera, los cuales consumían como combustible todos los arbustos leñosos que crecían en sus proximidades, comenzando por cardones y tabaibas, y acabando por ahulagas y matos. También existió industria alfarera, con varios hornos de teja y cerámica, destacando en esta última los alfareros del Valle de Santa Inés, cuyo trabajo se extinguió hace no muchos años. Esta circunstancia explica la ausencia del cardón y la rareza de la tabaiba dulce en la mayor parte de la isla, siendo ambas especies más frecuentes en Jandía (a donde se limita casi en exclusiva la primera), zona prácticamente carente de hornos y que hasta bien avanzado el siglo XX sólo estaba habitada por cabreros, de manera escasa y temporal. El segundo uso en importancia de la tabaiba dulce era el forrajero, pues las cabras se comían las hojas y brotes jóvenes de este arbusto, mientras que los camellos aprovechaban incluso los tallos, especialmente en los años malos de intensa sequía. Como consecuencia de esos usos intensivos desaparecieron buenos tabaibales dulces (o tabaibes) en esta isla, como los de Morros Coloraos en la Cañada del Hierro, Jable de Majanicho, Suerte de las Maretejas, Coto de los Mojoncillos, etc. Por su parte, la tabaiba salvaje (o jiguerilla) se utilizaba sobre todo para embarbascar (o embroscar), técnica de pesca ahora prohibida que se mantuvo hasta mediados del pasado siglo.

Al margen de los anteriores, han existido otros aprovechamientos vegetales que en distintas épocas han tenido una enorme importancia económica en Fuerteventura. Entre ellos destaca la recolección de líquenes, sobre todo la orchilla, que desde la conquista hasta comienzos del siglo XX se exportaba para obtener tintes, y el ajicán, que constituyó un recurso forrajero de importancia en épocas de extrema sequía. También fue importante en esta isla la recolección del cosco o cofe con fines alimenticios, al obtener de sus semillas un gofio de color oscuro y de sabor salado, pero de alto poder nutritivo. Y entre los siglos XVIII y XIX la explotación de esta hierba adquirió carácter industrial, al igual que la de la escarchosa o barrilla, para obtener la sosa, producto de exportación que se utilizaba en la fabricación de vidrios y jabones.

Al aprovechamiento vegetal debemos añadir las extensas roturaciones efectuadas durante la colonización europea, con el fin de establecer los distintos núcleos de población y habilitar los terrenos para el cultivo o para que el ganado pudiese pastar, por lo que se asentaban en las tierras con mayores posibilidades para estos usos. Hasta mediados del siglo XX la evolución de la población de Fuerteventura dependió siempre de las lluvias, que condicionaban las actividades económicas a las que mayoritariamente se dedicaba la población insular desde la conquista. No podemos dejar de recordar que a lo largo de la historia de esta isla se han producido frecuentes y graves sequías, seguidas de fuertes y calamitosas hambrunas, que durante siglos desembocaban en períodos de despoblamiento, pues gran parte de su población debía emigrar a las islas más ricas para no morir de hambre, sobre todo a Gran Canaria y Tenerife. En la agricultura se aprovechaba el agua de lluvia, mediante la construcción de gavias, o se obtenía de pozos mediante norias. Por ello, han sido los cultivos cerealísticos de secano los que han dominado la actividad agraria insular casi a lo largo de toda su historia, con exportación de grano a las otras islas del archipiélago.

Pero a este proceso se unió el pastoreo intensivo, que en la época histórica continuó siendo uno de los principales baluartes de la economía insular, sumándose nuevas razas a las cabras y ovejas ya existentes, así como otros animales domésticos de gran talla (vacas, burros, dromedarios, etc.).

La primera referencia a la cantidad de ganado que tenía Fuerteventura la encontramos en las crónicas de la Conquista, pues en el texto de Gadifer se afirma: “El país está lleno de cabras, tanto domesticadas como salvajes; y cada año se podrán, de hoy en adelante, tomar 30.000 cabras y aprovechar la carne, el cuero y la grasa”4. Y a finales del siglo XVI el ingeniero Leonardo Torriani afirmaba que la isla tenía unas 70.000 cabezas de ganado salvaje: “60.000 cabras y ovejas juntas, 4.000 camellos, 4.000 burros, 1.500 vacas y 150 caballos de monta, además de otros infinitos caballos”5. Aunque la cifra se ha mantenido muy elevada, desde entonces nunca se ha vuelto a alcanzar esta cantidad; lo normal en los cuatro últimos siglos ha sido una fuerte oscilación de la cabaña ganadera, en función de la abundancia o falta de lluvias, pues éstas condicionan la pervivencia o desaparición de las plantas herbáceas que constituyen la mayor parte de su forraje. La enorme cantidad de camellos y asnos que existía en esta isla hizo necesario un drástico control de su población, mediante matanzas, e incluso a mediados del siglo XVIII se exportaron un cierto número de camellos a Jamaica y a otras partes de las Indias Occidentales inglesas. Además, a los animales domésticos o sometidos a cierto control por el hombre, debemos añadir varios pequeños mamíferos introducidos en la isla después de la conquista, voluntaria o involuntariamente, como conejos, erizos, ratas, ratones y más recientemente ardillas, que rápidamente se asilvestraron por todo el territorio, en el que han causado graves estragos en distintas épocas, debido a su abundancia. Todos estos herbívoros influyeron de forma directa en la desaparición de la vegetación arbolada y en la degradación florística de Fuerteventura, pues el ramoneo del ganado, sobre todo el caprino, impide la regeneración de las especies arbóreas y limita la capacidad de multiplicación de las plantas, por lo que muchas especies desaparecen y otras ven severamente reducido su número y desarrollo.

Como consecuencia de lo que acabamos de exponer se ha producido una continuada reducción de la cubierta vegetal, lo que ha favorecido los procesos erosivos, en especial los debidos al viento y las lluvias torrenciales. Todo ello, unido a un clima árido desfavorable y a la pervivencia de ganados incontrolados, dificulta mucho la recuperación de la vegetación potencial y permite comprender el estado actual del paisaje vegetal en la isla. A los problemas anteriores se ha venido a unir en las últimas décadas un descontrolado crecimiento urbanístico, debido al desarrollo turístico que está sufriendo la isla. Ello ha dado lugar a nuevas roturaciones, muchas de ellas de sospechosa legalidad y en hábitats de tanto valor como el jable de El Cotillo, que está siendo destruído en la actualidad.

Por el contrario, con el fin de mejorar su cubierta vegetal, a mediados de los años cuarenta también llegaron a Fuerteventura las labores de plantación forestal. La Dirección General de Montes aprobó un proyecto de repoblación para esta isla y el Cabildo decidió comprar para ello un lote de terrenos en el término municipal de Betancuria (“Castillo de Lara”), con un total de 283 Ha, de modo que en 1949 ya se habían hecho ensayos de plantaciones de pinos canarios. En 1975 la isla contaba con una superfie forestal de 310 Ha, mezcla de coníferas y frondosas, toda ella de montes consorciados administrados por el Estado, aunque 250 Ha eran de utilidad pública y 60 Ha de propiedad privada. Pero a finales de los ochenta la superficie forestal arbolada de Fuerteventura había disminuído a 147 Ha, de las cuales 70 Ha correspondían a plantaciones de pino canario (junto con otros pinos y acacias, entre diversas especies) en terrenos municipales de utilidad pública y el resto (77 Ha) a palmerales particulares. Ello suponía que del terreno forestal de la Isla (95.827 Ha), tan sólo el 0,2 % estaba arbolado, mientras que la superficie restante estaría ocupada por matorrales y arbustos. Recientemente, los técnicos de Medio Ambiente han comenzado a plantear con acierto la repoblación paulatina de la cumbre de Betancuria con especies características del acebuchal, con el fin de ir sustituyendo estos bosquetes artificiales por los potenciales.

Evolución del paisaje vegetal de la isla

Por las crónicas de los viajeros que en los últimos seis siglos han visitado Fuerteventura y plasmado su paso por esta isla en la bibliografía, podemos hacernos una idea de cómo era su paisaje vegetal en las distintas épocas y como ha evolucionado hasta la actualidad. Así, gracias a las Crónicas francesas de la Conquista de Canarias conocemos la primera descripción minuciosa de la vegetación insular a la llegada de los europeos, en la que destacaba la abundancia de tarajales, tabaibas, cardones, palmeras, olivos, lentiscos y orchilla: “[...] El país presenta llanos y montañas y se puede ir cabalgando por todas partes; y se hallan en cuatro o en cinco puntos arroyos de agua dulce corriente, capaces para mover molinos. Y junto a aquellos arroyos se hallan grandes boscages de arbustos que se llaman “tarajales”, que producen una goma de sal hermosa y blanca; pero no es madera que se pueda emplear en algún trabajo de calidad, porque es torcida y se parece su hoja al brezo. El país está lleno de otros árboles que destilan una leche medicinal, a manera de bálsamo, y otros árboles de maravillosa hermosura, que destilan más leche que cualquier otro árbol, y son cuadrados de varias caras y sobre cada arista hay una hilera de púas a manera de zarza, y sus ramas son gruesas como el brazo de un hombre, y cuando se corta, está lleno de leche de maravillosa virtud. De otros árboles, como de palmeras que producen dátiles, de olivos y de lentiscos, hay gran número. Y crece también en esta isla una grana que vale mucho, que se llama orchilla; sirve para teñir paños u otras cosas y es la mejor grana de aquella grana que se pueda encontrar en cualquier país, por su condición, y si un día la isla es conquistada y puesta a la fe cristiana, aquella grana será de mucho provecho al señor del país.”6

En el siglo XVIII, el comerciante y viajero inglés George Glas volvía a destacar las tres especies arbóreas que aún tenían cierto protagonismo en el paisaje vegetal de la isla, así como los abundantes herbazales: “Fuerteventura no está tan expuesta al viento como Lanzarote; por tanto no está tan desprovista de árboles y arbustos. Los que crecen allí son la palma, el acebuche y una especie de pino silvestre que los indígenas llaman tarajal. El algodón y las euforbias, las higueras y las chumberas, crecen en jardines [...]. Aunque estas islas están tan desprovistas de árboles, abundan, sin embargo, en excelente herbaje, en el que crecen varias especies de flores olorosas [...].”7

Pero a mediados del siglo XIX, cuando Madoz describe el paisaje vegetal de la isla en su minucioso Diccionario, se lamenta de la desaparición de los acebuchales y la reducción, incluso, de los matorrales: “Por documentos ant. consta que despues de la conquista habia dilatados terr. y montañas cubiertas de acebuches, mas en la actualidad no queda casi ningun arbolado, yéndose acotando tambien la mata baja en aprovechamiento del ganado cabrío”8.

Apoyándonos en éstas y otras muchas descripciones podemos comprobar como la vegetación de jables, saladares y bosquetes de tarajales o palmeras han logrado sobrevivir, aunque en todos los casos han sufrido la acción humana y su distribución ha retrocedido considerablemente. Las especies arbóreas mencionadas, las más abundantes en la isla, necesitan una abundante humedad edáfica, por lo que su distribución natural en esta isla está limitada prácticamente a las ramblas o cauces de barranco, donde sobreviven gracias a su alto grado de adaptación a la salinidad de los suelos. Resulta llamativo el caso del tarajal, cuya madera fue la más buscada y aprovechada por el majorero durante siglos, pero que gracias a su abundancia y a las medidas de protección tomadas por el Cabildo de la isla ha podido conservar gran parte de su dominio natural. No ocurre lo mismo con la vegetación potencial ligada al clima, que ha visto reducida su superficie a un porcentaje mínimo, pues los aprovechamientos afectaron a la mayoría de las especies arbustivas y arbóreas características del tabaibal-cardonal y los bosques termófilos, lo que ha llevado a algunas de ellas a su total o casi total extinción.

La existencia de extensos tabaibales y cardonales ha quedado recogida en las citas bibliográficas y en la toponimia, donde aparecen tabaibas dulces, tabaibas salvajes o higuerillas, cardones, verodes, esparragones, cornicales, tasaigos, esparragueras, espinas blancas, cuernúas, cardoncillos, turmeros, duraznillos, balillos, romeros marinos, matos de risco, balos, etc., plantas todas ellas aún presentes en la isla, aunque en muchos casos de forma dispersa y muy escasa. No obstante, los que dominan en este piso son los matorrales de sustitución, constituidos por: aulagas, espinos, barreletas, ramas, carambillos o salados, algohueras, amuleis o inciensos, ratoneras, espinocillos, etc.; así como los pastizales gramínicos dominados por gramas o panascos y cerrillos blancos.

Por su parte, casi todas las referencias escritas aluden a la existencia de formaciones boscosas caracterizadas por acebuches y otras especies arbóreas en las cumbres más altas de la isla, por encima de los 400 m.s.m. Estos bosquetes fueron intensamente aprovechados por el hombre para uso doméstico, lo que casi los ha llevado a la extinción; no obstante, han quedado recogidos en la toponimia y algunos ejemplares aislados de las especies más nobles aún se pueden encontrar en los lugares más protegidos de la acción predadora de las cabras, como, por ejemplo: acebuches, almácigos, lentiscos, peralillos, marmulanes, olivillos, guaidiles, espineros (espinos negros o leñas negras), jasmines silvestres, hediondos, etc. No obstante, el arbusto claramente dominante y bioindicador del antiguo dominio de estos antiguos acebuchales es hoy el jorjado.

Finalmente, en la vertiente norte de las cumbres más altas de la isla, y por encima de los 600 m.s.m. (macizos de Jandía y Betancuria, Montaña Cardones, Cuchillos, Aceitunal y La Muda), pudieron existir pequeños enclaves mixtos de bosque termófilo con los elementos más xero-resistentes del monteverde e, incluso, en los lugares más favorables éstos pudieron formar conjuntos más o menos puros y homogéneos. Así se explican las frecuentes referencias bibliográficas y los rarísimos testimonios vivientes de las especies arbóreas más características del mencionado monteverde, que si bien muy achaparrados y deformados por las cabras aún se pueden encontrar en los riscos más inaccesibles de la isla, donde se localizan: mocanes, brezos, fayas, barbusanos, laureles, adernos, paloblancos, etc.; a los que se unen algunos arbustos como la maljurada y la zarza, hierbas perennes como la morgallana y helechos más o menos exigentes en humedad, tales como batatillas, doradillas, pies de gallo, polipodios, etc. Incluso en un yacimiento arqueológico de Villaverde se ha encontrado leña de diversas especies hoy extinguidas en Fuerteventura; unas que por su autoecología bien pudieron tener una significativa representación en la isla, como el madroño, y otras más exigentes en agua o temperatura más fresca que, teniendo en cuenta las condiciones bioclimáticas de los dos últimos milenios, sólo pudieron estar representadas por ejemplares aislados que pronto desaparecieron bajo la acción humana; nos referimos al viñátigo, al sauce y al pino.

Como resultado de la intervención humana, prolongada durante casi dos mil años, 600 de ellos bajo cultura europea, la cubierta vegetal de Fuerteventura ha sufrido un cambio drástico, acelerado por las desfavorables condiciones climáticas de la isla, que dificulta los procesos de restauración, tanto natural como artificial. De este modo, la mayor parte del territorio no alterado irreversiblemente por el hombre está ocupada actualmente por comunidades de sustitución (matorrales, pastizales o herbazales), quedando los pequeños restos de vegetación potencial reducidos a los lugares poco favorables para el uso humano o más inaccesibles, aunque siempre bastante transformados, pues aunque el hombre no haya actuado directamente sobre ellos sí lo ha hecho su ganado. Por tanto, la reconstitución del paisaje vegetal original sólo es factible con un conocimiento profundo de las distintas series de vegetación, con sus correspondientes etapas sustituyentes, unido a un completo estudio bioclimático de la isla. A la administración le corresponde ir dando ese paso, como ya se está haciendo en otras islas con las repoblaciones de pinares y monteverde. Por ello, podemos concluir que aquí, en Fuerteventura, es posible aún recuperar de forma paulatina los antiguos acebuchales, así como mejorar los tarajales, palmerales, tabaibales, cardonales, saladares y arenales; es decir, si existe sensibilidad y voluntad política, con paciencia podremos ir regenerando el antiguo paisaje vegetal de la isla, hoy casi desconocido.


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