Los árboles amigos
Si dispusiésemos de fuerza suficiente para poderlo llevar a la práctica, en la forma en que lo concebimos, nos dedicaríamos de lleno a un bello apostolado: a predicar, por donde quiera que fuésemos, el más profundo amor a los árboles. Para los que constituye este amor una segunda naturaleza, como en mí sucede, la barbarie e indiferencia que suele tratárseles nos produce una indignación tan grande, tan honda, que no encontramos frases adecuadas con que exteriorizarla.
Quisiéramos infiltrar en lo más intimo de la masa social un intenso cariño hacia ellos, una veneración nobilísima que constituyera un sentimiento legendario, tanto a los de abajo como a los de arriba, pues estamos plenamente convencidos que no es solamente el pueblo ignorante el que más falta al respeto que la conservación merece, sino que ciertos elementos que por su posición sobresaliente pertenecen a la clase directora, por uno de esos abandonos, que no quiero calificar como debiera, no señalan el camino ni muestran una conducta ejemplar en este sentido, que deploramos sinceramente.
Meses pasados, un pino hermoso, soberbio ejemplar de la flora isleña, que había desafiado la furia de los vendavales y yo contemplaba desde lo lejos como un bello símbolo de las grandezas pasadas de mi tierra canaria, que tanto admiro, cayó al suelo a impulsos del hacha despiadada y cruel, que halla más fácil empresa arrancar de cuajo esos gigantes, ornamentos de la naturaleza, que plantar un árbol pequeño y tener paciencia para verlo crecer y dar sombra bienhechora, ni gusta del exquisito placer de ver que la sagrada semilla que se coloca en el hoyo llega a convertirse en sabrosa fruta.
Ahora he visto caer, también bajo estímulos poco espirituales, las ramas de dos esbeltas y frondosas palmeras, que erguían sus cercanas copas y parecían unirse en estrecho y fecundo beso de amor. Cayeron una a una a medida que el machete iba cercenando sus tallos cimbreadores, hundiéndose con ferocidad homicida, yo, vecino de aquellas palmeras amigas, creía oír una queja a la par que una protesta contra la codicia de los hombres… Las ramas, al caer, como si la saña las impulsara ciegamente y quisieran ejercer una venganza, dejaron casi en esqueleto una copuda acasía de Constantinopla, curioso ejemplar arbóreo que cuidaron manos cariñosas durante algunos años y que unos ojos vieron desarrollar con la satisfacción de un padre que ve crecer a sus hijos; y es que sobre los árboles que plantamos y cuidamos ejercemos siempre una dulce paternidad.
El respeto a que son acreedores los que en sus predios ejercen su omnímoda voluntad, nos veda de todo comentario a esta obra tan irreverente; pero no puede impedírsenos estos delirios románticos, nacidos al calor de un culto sincero que va apasionando a muchos hombres y a otros los inicia en una obra de cultura y esparcimiento espiritual.
Actos como los que ahora mueven nuestra pluma, repetidos periódicamente y apadrinados por una odiosa indiferencia, son los que nos dan alientos para acometer una empresa, superior a nuestras fuerzas, que vamos a dar comienzo en breve. Vamos a luchar por fomentar el amor al árbol, por la propagación del arbolado llevando a todos los rincones de nuestras Islas, pruebas ejemplares de su importancia y de los grandes problemas que con él se resuelven, así como los inmensos beneficios que proporciona a las regiones que saben atenderlo y propagarlo.
No nos hará desfallecer esa indiferencia tan criminal como el hacha taladora. Solos hemos arrojado la simiente bendita a la madre tierra, y si vivimos, ya que no la recompensa de los hombres, podemos algún día disfrutar del abrigo de algún árbol que hayamos plantado, que en ellos suele hallarse más protección que en algunos pechos esterilizados por el egoísmo.
Pedro Gil, 3 de junio de 1915
VIDA MODERNA Periódico Reformista. Nº 99, Villa de La Orotava
(Artículo que anunciaba la inminente aparición de EL CAMPO)
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