Por una agricultura limpia y de calidad
Javier López-Cepero Jiménez
Una persona normal, que se alimenta más o menos correctamente a diario, que lleva un estilo de vida relativamente sano y que se toma las cosas con calma no es un claro candidato a consumir medicamentos. Por otro lado, es muy difícil encontrar referencias de un tabaibal que se pudra o de una plaga de insectos que asole el bosque de laurisilva.
Las frases anteriores parecen dos afirmaciones evidentes pero, a la vez, inconexas. Y sin embargo nos están dando la clave para entender algo que pocas personas tienen claro: es posible una agricultura sin fitosanitarios. Pero que sea posible no quiere decir que sea fácil...
Los fitosanitarios son productos que se emplean en agricultura con el fin de eliminar las plagas, enfermedades y malas hierbas que compiten con el cultivo. Su utilización suele partir de una premisa bastante discutible, simple y reduccionista, como es el identificar la simple presencia de algún insecto, ácaro, hongo o mala hierba como razón suficiente (y a veces, ni siquiera necesaria) para aplicar un tratamiento químico. Esta visión incompleta de la agricultura desprecia, pasa por alto o ni siquiera se plantea el enfoque lógico de analizar el porqué de la aparición de esos problemas. ¿Se soluciona un dolor de cabeza tomándose una aspirina? ¿Se controla una plaga mediante un tratamiento fitosanitario? En ambos casos, la respuesta es un “sí, pero a corto plazo”. Si el dolor de cabeza se debe a una mala graduación de las gafas, o a un pinzamiento cervical, la pastilla que nos tomamos no va a resolver definitivamente el problema. Si la plaga del cultivo se debe a un desequilibrio en la fertilización o a unas condiciones ambientales extremas, tampoco el tratamiento va a servir para que aquella desaparezca.
Por tanto, una agricultura profesional (y en-tiendo como profesional a todo aquel que se preocupa por entender las causas y el funcionamiento de lo que tiene entre manos, con independencia de su titulación o del porcentaje de tiempo que dedique a esta actividad) debe considerar el uso de agroquímicos como una simple herramienta más que está a disposición del agricultor pero que debe ser utilizada con mucha precaución y sólo en casos justificados. Esta afirmación se extiende también a la agricultura ecológica, en la que se permite el empleo de una serie de fitosanitarios de origen natural1, pero que tampoco pueden ser la base de la producción.
Problemas derivados del uso
incorrecto de fitosanitarios
Tanto en agricultura convencional como ecológica, el uso incorrecto de fitosanitarios puede causar problemas, mucho más graves, eso sí, en el primer caso, con productos más tóxicos y persistentes. Pueden aparecer resistencias, esto es, plagas que se habitúan al producto y éste deja de ser efectivo (lo cual encierra otros dos problemas; el agricultor tiende a incrementar la dosis y la frecuencia de los tratamientos y además la descendencia de una plaga resistente tiende a serlo también). De hecho, las especies plaga resistentes a pesticidas aumentaron en el período 1965-1992 desde 182 hasta 900, lo que supone casi 5 veces más2. Otro problema es la aparición de plagas secundarias (organismos que en principio no causaban daño, pero que cuando eliminamos mediante tratamientos alguno similar que sí lo era, modifican su comportamiento –alimentación, tasa reproductiva, etc...- y se convierten en plaga).
Por otro lado, no todo el producto aplicado finaliza su vida cumpliendo su objetivo. Es curioso y terrible, pero existen datos que demuestran la presencia de residuos de fitosanitarios –DDE, el principal producto de la degradación del DDT; PCB, bifenilos policlorados y hexaclorobenceno- en la práctica totalidad de recién nacidos en Andalucía y Cataluña, según estudios de Nicolás Olea y Jordi Sunyer y Joan Grimalt3. Aunque el ser humano, responsable en definitiva de estos problemas, no es la única víctima. Existen estudios en Canarias4 que relacionan una mayor presencia de síntomas de envenenamiento en la fauna silvestre (usando como indicador la actividad de una colinesterasa sanguínea en lagarto Gallotia galloti) en áreas donde se aplican fitosanitarios frente a las zonas donde no se llevan a cabo tratamientos. También existen otras referencias de contaminación de suelos y acuíferos en nuestro entorno más inmediato5.
Pesticidas y salud
El consumidor es pues uno de los receptores (junto con el suelo, la atmósfera, la fauna, las aguas...) del producto derivado de un mal uso de los fitosanitarios. Aspectos como el no respetar el plazo de seguridad (que son los días que deben transcurrir entre que se aplica un veneno y la recolección del producto), aplicar dosis más altas de las marcadas por el fabricante, o utilizar productos que no están autorizados para su empleo en determinado cultivo (en un símil de la automedicación: “si este veneno lo usa mi vecino para la platanera, ¿por qué no lo voy a usar yo para las lechugas?”) pueden traer consecuencias muy graves para quien se alimente con esos cultivos.
Estos peligros se conocen desde hace tiempo. Prácticamente de manera simultánea con el desarrollo y utilización de nuevos insecticidas que tuvo lugar después de la Segunda Guerra Mundial, se comenzaron a alzar voces que advertían de los riesgos que podía acarrear una mala utilización de los mismos. La primera referencia que se cita es el libro escrito en 1960 por Rachel Carson, Primavera Silenciosa 6. Esta zoóloga estadounidense dio el primer aldabonazo hace 44 años al afirmar (pág. 25) que “Por primera vez en la historia del mundo, todo ser humano está ahora sujeto al contacto con peligrosos productos químicos, desde su nacimiento a su muerte.../...tales productos químicos están ahora almacenados en el cuerpo de la mayoría de los humanos, sin discriminación de edades. Se encuentran en la leche de las madres, y probablemente en los tejidos de los niños por nacer” . La misma autora señala (pág 37) el peligro que supone, por ejemplo, confiar la inocuidad de determinado pesticida (malation) a la existencia de una enzima en el hígado de los mamíferos que lo degrada. En caso de fallo, ausencia o interferencia en la acción de esta enzima, la persona queda expuesta a la acción del pesticida.
No es cuestión de alarmar a nadie: se trata simplemente de saber y poder elegir. Saber que hay un cierto número de fitosanitarios utilizados en nuestro entorno que están clasificados como carcinogénicos. Uno de ellos, el benomilo, clasificado como “mutagénico categoría 2” y “tóxico para la reproducción categoría 2” (la categoría 2 incluye “aquellas sustancias probablemente carcinogénicas en base a estudios a largo plazo” según las categorías definidas por el Real Decreto 2216/1985 de 28 de octubre), se ha empleado hasta el año 2003 –fecha en que fue retirado del mercado– en tratamientos en árboles de las calles de Santa Cruz de Tenerife. Igual que el malatión, anteriormente citado.
Los ciudadanos tenemos muy difícil el poder elegir qué pesticidas se usan en nuestras calles (aunque podemos expresar nuestra opinión). Lo que sí podemos hacer es elegir los alimentos que compramos en el mercado, venta, frutería o hiper, y exigir que vengan respaldados por una garantía tan simple como que se cumpla lo que hemos comentado antes en cuanto a plazos de seguridad, tratamientos, etc. Se está abriendo camino en los últimos años el uso de certificaciones como producción integrada o producción controlada, que inciden en esas cuestiones, que obligan al agricultor a emplear racionalmente los fitosanitarios, y a registrar las condiciones de su utilización como garantía para el consumidor. Aunque la máxima seguridad la ofrece la agricultura ecológica, que fue la primera en garantizar la trazabilidad documental que permite al cliente saber dónde y cómo se produjo lo que compra, y que además no permite el uso de productos químicos de síntesis, dirigiendo al agricultor y ganadero hacia un manejo armónico de su sistema de producción que incluso permite minimizar el uso de productos, aunque sean naturales.
De todas formas, la peligrosidad de los fitosanitarios usados en agricultura convencional ha obligado a la Unión Europea a tomar iniciativas como la Directiva 91/414/CEE del Consejo, de 15 de julio de 1991, relativa a la comercialización de productos fitosanitarios. Su objetivo es la realización de un análisis exhaustivo de las características y efectos de los fitosanitarios que se emplean en la actividad agraria de la Unión Europea. La aplicación de esta Directiva se traduce en que todos aquellos productos (materias activas, mejor dicho) que no cumplan unos mínimos de seguridad medioambiental, o bien que no sean “defendidas” por las empresas interesadas no serán incluidos en el Anexo I de la Directiva, por lo que se deberán retirar del mercado. Existe de hecho un calendario establecido de eliminación progresiva que va a reducir drásticamente el número de materias que se podrán utilizar.
Seguro que a partir de aquí no faltarán voces que afirmen que esto será la ruina de la agricultura y la extensión del hambre en el mundo. Pues no estamos de acuerdo. Es perfectamente posible producir alimentos de calidad sin utilizar fitosanitarios, y el problema del hambre es de reparto, no de producción. Producción sobra, y coincidimos con las palabras de Riechmann cuando afirma que “la agronomía de los últimos decenios ha practicado un enfoque crudamente productivista, llegando en ocasiones a parecer que no quería ser más que una ciencia aplicada de la guerra química contra las plagas” 7.
A lo mejor en lugar de producción hay que buscar calidad, como parecen indicarnos las nuevas líneas de la Política Agraria Común.
La clave: diseño y manejo
del agrosistema
En definitiva, la agricultura debe ser algo más que la búsqueda del pesticida adecuado. Debe ser un juego de equilibrio entre la producción y la estabilidad del sistema. Cuando nosotros modificamos un ecosistema plantando las especies que queremos producir, regando, abonando, cubriendo con plástico, etc..., nos arriesgamos a que aquellas especies presentes de forma natural y con una biología adecuada están preadaptadas para explotar los nuevos sistemas que hemos creado (el escarabajo de la papa, en su hábitat natural, se alimenta a una densidad muy baja de solanáceas silvestres8. Si plantamos grandes concentraciones de papas por la zona, es obvio que la población se va a disparar. Acabamos de crear una plaga).
Por ello la clave está en optimizar, y no en maximizar la producción. Un suelo vivo, con buen nivel de materia orgánica, una rotación de cultivos adecuada (en el caso de hortícolas) o un cultivo de cobertera (en el caso de leñosos) y el estudio cuidadoso de la funcionalidad de los componentes del sistema puede ahorrarnos mucho dinero en fitosanitarios. Simplemente si volvemos a aprender algo que sabían nuestros abuelos agricultores, que la clave está en el diseño y en el manejo.
Y esto lo dicen los especialistas conscientes. Uno de los pesticidas más peligrosos que ha diseñado el hombre es del bromuro de metilo. No sólo por sus efectos sobre el propio ser humano, o porque sea un biocida total, que actúa eliminando cualquier vestigio de vida (hongos, bacterias, insectos, semillas...) en su radio de acción. Además se añade que es una sustancia que ataca la capa de ozono. Esta última característica es la que le sitúa en el punto de mira del Protocolo de Montreal, tratado internacional firmado por 160 naciones para controlar este tipo de sustancias. Pues bien, el grupo de científicos especialistas del máximo prestigio en producción agraria que buscan otros caminos para sustituir al bromuro de metilo propone9 como alternativas “el uso de materia orgánica, la biofumigación, el control biológico, utilización de rizobacterias que promuevan el crecimiento, micorrizas, o prácticas de cultivo como rotaciones, abonos verdes, manejo del suelo...” . ¿No nos suenan estos conceptos a eso que llamamos agricultura ecológica?
Empezábamos diciendo que “una persona normal, que se
alimenta más o menos correctamente a diario, que lleva un estilo de vida
relativamente sano y que se toma las cosas con calma es un claro candidato a no
consumir medicamentos. Por otro lado, es muy difícil encontrar referencias de un
tabaibal que se pudra, o de una plaga de insectos que asole el bosque de
laurisilva.” En paralelo, podemos afirmar que una planta que se desarrolla en un
suelo vivo, bien abonado, en equilibrio con el agua, el aire y el sol, que crece
a su ritmo sin que la forcemos, en un agrosistema que sigue las pautas de
sostenibilidad de los ecosistemas naturales, puede darnos un fruto de calidad
sin más ayuda externa que la inteligencia y el trabajo del agricultor...