Habiéndose cumplido recientemente el cincuenta aniversario de
la creación del Jardín Canario “Viera y Clavijo” reproducimos la
siguiente historia publicada en 1977 en el número 3 de la revista
BOTÁNICA MACARONÉSICA en la que se rinde homenaje a su creador.
La presente historia fue escrita en el año
1965 por Don Jaime O’Shanahan, actualmente miembro del Consejo del Jardín Botánico. Ahora es publicada por
primera vez debido a su incalculable valor
histórico sobre los primeros años del Jardín
Botánico “Viera y Clavijo” (Jardín Canario)
y la no siempre suficientemente valorada
labor de su creador ERIC R. SVENTENIUS
(1910-1973).
[ David Bramwell (1977) ]
“Hemos de remontarnos a casi doce años
atrás, al año 1952. El señor Sventenius vive
en la región del Puerto de la Cruz, donde
trabaja para el Jardín Botánico de la isla de
Tenerife. Tiene un puesto especial dependiente
del Ministerio de Agricultura. A
Tenerife había llegado hace más de 20 años,
después de haberse formado en diversas universidades
europeas, así como en la Estación
de Blanes, en Barcelona, con cuyo motivo
hace íntima amistad con el Abad Mitrado
de Montserrat, también gran aficionado a la
Botánica y persona, al igual que Sventenius,
de gran cultura humanística.
La gran idea de toda la vida de Sventenius
es crear un Jardín Botánico de flora canaria,
no en balde la ha estudiado a fondo, continuando
la labor que hace dos siglos inició
el gran Viera y Clavijo. A quien por fin se
honra poniéndole su nombre al Jardín de
Gran Canaria. No está de más decir aquí,
para que se observe el paralelismo entre
Viera y Clavijo y Sventenius, que también
aquél insigne sacerdote, por su mentalidad
avanzada y europea fue criticado y hasta
perseguido, pero sin que nunca cediera en
su labor de estudioe investigación. Como
resultado de estos profundos estudios de la
flora canaria, islas donde existen especies
que no se encuentran en ninguna parte del
mundo, se va conociendo en los medios
científicos mundiales el incalculable valor de
nuestra botánica. Sventenius no se contenta
con sus propios estudios, sino que desempolva
los efectuados por insignes botánicos
que visitaron las islas, más o menos sin pena
ni gloria, dando así al mundo una noticia
que, como agradecimiento, las Islas Canarias,
rinden a esos botánicos. En todos los congresos
que se celebran en el mundo sobre
botánica, siempre hay algo nuevo que viene
respaldado por el nombre de las Islas Canarias
y siempre es el mismo hombre el que lee o
expone, con documentadísimos estudios, tan
interesantes trabajos. Se inicia, como consecuencia
de todo esto, una afluencia de científi
cos a Canarias, especialistas en distintas
ramas de la botánica, quienes en sus cuadernos
de notas traen siempre plasmado el
nombre de Sventenius. Como no son personajes
de la política, siempre fugaz, pasan por
las islas casi imperceptiblemente, pero vienen
además a estudiar. Traen grandes equipos
técnicos y personal, laboratorios portátiles,
con los mejores microscopios y aparatos para
herborizar o coleccionar insectos, acampan
en las Cañadas del Teide (Parque Nacional)
o incluso en Tamadaba o los Tilos de Moya.
Todos estos científicos pasaban primero por
el Maestro en Flora Canaria, quien les orientaba
con sus grandes conocimientos de la
flora y del terreno.
Esto hacía que Sventenius pensara más y
más en su idea del Jardín Canario. Había
que recopilar toda la riqueza botánica de
las islas en un sólo lugar. Exponerla tal y
como está en la Naturaleza, evitando en lo
más posible la artificialidad y haciendo que
hasta las mismas plantas se sintieran cómodas
y no desentonaran del lugar de origen.
Así los científicos e investigadores podrían
hacer sus estudios sin dificultad y luego,
con referencias certeras, ir al litoral del mar
o a las rocas de la cumbre, a identificar
aquella planta que habían de estudiar en el
jardín. Sventenius expone su idea, de múltiples
maneras, a las personas más significativas
de la isla hermana de Tenerife. Encuentra
eco en un grupo de amantes de las islas,
pero quienes tenían en sus manos el hacer el
libramiento necesario para comprar la finca
ya elegida para Sventenius… le dan prioridad
a cosas más lustreras del momento...
Sventenius ve que pasa el tiempo y la vida,
pero sigue recorriendo el archipiélago en
busca de nuevas especies. Conoce palmo a
palmo todas y cada una de las islas e incluso
nuestros islotes. Duerme en cualquier socavón
en las cuevas de los guanches. Para
comprender mejor el medio botánico con
el humano, se dedica a estudiar a los aborígenes.
Dice que para comprender la flora
canaria hay que conocer su historia y la
vida de sus habitantes prehispánicos. Pocas
personas pueden hacer gala de saber lo que
él de la historia de nuestras islas. Pero se le
sigue toreando en el buen sentido de la palabra,
y la finca para su amado Jardín Canario
en Tenerife no termina de comprársele.
Y he aquí que un grupo del Cabildo Insular
de Gran Canaria tiene conocimiento de
eso, parece una gran idea y parece imposible
que no haya encontrado calor en la isla
hermana. Se busca una persona que pueda
desplazarse a Tenerife o iniciar las primeras
gestiones. Se temía que fuera una causa perdida,
pues se tenían noticias del gran amor
de Sventenius a Tenerife, pero también se
sabía de su mente abierta y cosmopolita,
lo que bien se llama mentalidad europea.
Había que jugar esa baza. Cordializa la
persona enviada a Tenerife con Sventenius y
se da cuenta de la categoría moral, humana
y profesional de éste. Aquello empieza bien.
Viene Sventenius a Gran Canaria y acepta
el cargo de crear el Jardín Canario en nuestra
isla, isla que también es de él, pues la
conoce como nadie sería capaz de hacerlo,
esto dicho sin exageración ni crítica para
nadie. Hay quien la conoce por sus aficiones
de cacería, montañismo o simple curiosidad
sana de conocer su isla, pero Sventenius
la tiene cuadriculada buscando en cada
metro una planta que no esté clasificada.
Sufre caídas con rotura de costillas, pierde
un dedo al resbalar por un risco peinado,
duerme en un solapón de los riscos de Guayedra
hasta lograr la planta que había visto
con sus gemelos.
De la misma forma, en unión de la persona
que hizo los primeros contactos en Tenerife,
busca lugar para el Jardín Canario. Por fin,
después de meses de búsqueda, se encuentra
el emplazamiento actual. Siguen las conocidas
gestiones con propietarios. La pérdida de
oportunidad también por falta de visión de
futuro de las personas responsables de comprar
toda la zona alta que hoy son urbanizaciones
que lindan a lo largo de la carretera
de Tafira; pero al fin se compran los terrenos
actuales y se inician las obras, lentamente y
a paso firme va perfilándose lo que ha de
ser el Jardín. Aún no está más que iniciado
y ya empieza el desfile de científicos que
han leído las monografías de las descripciones
botánicas que hace Sventenius, citando
a Canarias. Son visitas que pasan desapercibidas.
Vienen a estudiar y no son propaganda
turística.
Sventenius va y viene a las dos islas a un
ritmo de hasta dos viajes en avión por
semana. Desde el mismo aeropuerto sale a
un lugar apartado de la isla, pues es la época
adecuada de coger una determinada planta
y dejarla en el jardín. Así año tras año. A
título de curiosidad podemos decir que su
sueldo es aproximadamente de 500 pesetas
mensuales.
En Tenerife se dan cuenta de que lo de Gran
Canaria va en serio. Se moviliza la opinión
culta. Comprenden lo que han dejado ir de
las manos, si bien da lo mismo que una institución
de este tipo esté en Tenerife o en
Gran Canaria. Lo importante es que estuviera
en las Islas Canarias que es además el
único sitio del mundo donde tal cosa puede
hacerse. Resultado de aquella efervescencia
en la isla hermana es que al regreso de
uno de los viajes, Sventenius se encuentra
con la noticia de que por fin le han comprado
una finca en el Puerto de la Cruz,
para que inicie el Jardín Canario. Sventenius
no quiere improvisaciones, su palabra
y su honor están empleados en una gigantesca
obra que casi es imposible comprender
que descanse en los hombros de una sola
persona. Algunos grandes hombres de la isla
hermana le animan a que siga su obra en
Gran Canaria. Son espíritus amplios europeos
que comprenden que no tiene importancia
el lugar de las islas donde esté. Lo
fundamental es que se haga y que la labor se
tome en serio, como al parecer ha ocurrido
en Gran Canaria.
Miremos, por el agujero de la llave como
suele decirse, trabajar a Sventenius en su
Jardín Canario, que mal decimos cuando
escribimos SU Jardín Canario. El Jardín de
las futuras generaciones, debemos pensar, es
una verdadera obra con proyección al futuro.
Por eso tiene aún más sentido la labor de
Sventenius, que mil veces ha demostrado
no apetecer gloria personal. Sigamos... Llega
Sventenius al Jardín, después de regresar en
un duro Jeep desde la cumbre, pero antes
había caminado desde Tirajana, subiendo
por Risco Blanco hasta salir al Cañaón del
Agujero en los Pechos, donde le esperaba el
Jeep. Llega al atardecer al Jardín. Tiene que
hacer una primera clasificación del material
recolectado, pues no puede aplazarlo,
ya que esa noche tiene que tomar el avión
para Tenerife. En el Jardín su oficina la tiene
montada en la cueva donde está la cabra del
guardián. A la luz de una vela, colocada en
el gollete de una botella, trabaja, toma sus
primeras notas y clasifica el material... Esa
cueva sirve de almacén, media biblioteca,
pajero, etc., etc. Pero eso no importa, pues
este hombre parece estar poseído de una
especie de fiebre científica y de UN PROFUNDO
AMOR A LAS ISLAS. Nadie,
absolutamente nadie, puede hacer gala de
canariedad ante este hombre que conoce
nuestra historia, nuestras plantas, a nuestros
literatos y poetas a quienes ha leído sin dejar
uno. Es para conocer bien, según sus propias
palabras, el medio en que trabaja.
El Jardín crece. Cada vez se inventarían
mayor número de plantas, aumentan los
kilómetros de paseos, se introducen especies
nuevas, las planta él personalmente. Estudia
día tras día y semana tras semana el trazo
de un paseo por un lugar determinado,
para no desentonar del paisaje. Llega, en
unión de amigos y colaboradores que en
aquel momento se encuentran en el Jardín
a ayudar a los obreros a subir y colocar una
gran piedra, pues también carece de elementos
modernos de trabajo. El dibuja, proyecta,
dirige y aporta su propia mano de
obra. Pero puede que se le critique por la
magnifica obra de su puente o por la Plaza
de Viera y Clavijo, o por la Plaza del Palo
Blanco, o por el difícil camino conocido
por el “Paso de Pepito”...
Pero todo marcha. Le quitan unos obreros,
le ponen otros sin práctica, etc., etc. ¡Cuánto
hubiera podido y podría rendir este hombre
si se pusieran a sus ordenes medios adecuados
y dedicándose él a su labor científica!
Pero es infatigable. A pesar de los accidentes
sufridos es un trepador de riscos al que
envidiaría el mejor de los pastores, ya que
forzosamente tiene que superar a éstos, pues
las plantas de valor están donde no llegan las
cabras, que arrasan la flora canaria.
hacer una primera clasificación del material
recolectado, pues no puede aplazarlo,
ya que esa noche tiene que tomar el avión
para Tenerife. En el Jardín su oficina la tiene
montada en la cueva donde está la cabra del
guardián. A la luz de una vela, colocada en
el gollete de una botella, trabaja, toma sus
primeras notas y clasifica el material... Esa
cueva sirve de almacén, media biblioteca,
pajero, etc., etc. Pero eso no importa, pues
este hombre parece estar poseído de una
especie de fiebre científica y de UN PROFUNDO
AMOR A LAS ISLAS. Nadie,
absolutamente nadie, puede hacer gala de
canariedad ante este hombre que conoce
nuestra historia, nuestras plantas, a nuestros
literatos y poetas a quienes ha leído sin dejar
uno. Es para conocer bien, según sus propias
palabras, el medio en que trabaja.
El Jardín crece. Cada vez se inventarían
mayor número de plantas, aumentan los
kilómetros de paseos, se introducen especies
nuevas, las planta él personalmente. Estudia
día tras día y semana tras semana el trazo
de un paseo por un lugar determinado,
para no desentonar del paisaje. Llega, en
unión de amigos y colaboradores que en
aquel momento se encuentran en el Jardín
a ayudar a los obreros a subir y colocar una
gran piedra, pues también carece de elementos
modernos de trabajo. El dibuja, proyecta,
dirige y aporta su propia mano de
obra. Pero puede que se le critique por la
magnifica obra de su puente o por la Plaza
de Viera y Clavijo, o por la Plaza del Palo
Blanco, o por el difícil camino conocido
por el “Paso de Pepito”...
Pero todo marcha. Le quitan unos obreros,
le ponen otros sin práctica, etc., etc. ¡Cuánto
hubiera podido y podría rendir este hombre
si se pusieran a sus ordenes medios adecuados
y dedicándose él a su labor científica!
Pero es infatigable. A pesar de los accidentes
sufridos es un trepador de riscos al que
envidiaría el mejor de los pastores, ya que
forzosamente tiene que superar a éstos, pues
las plantas de valor están donde no llegan las
cabras, que arrasan la flora canaria.
Su nombre es ya conocido en el mundo
entero, es citado cientos de veces en simposiums
y congresos de Londres, París,
Estocolmo, Nueva York, India, Moscú. Es
miembro correspondiente en las Islas Canarias
de la Real Academia de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales. Es miembro de
la Organización Internacional de Plantas
Suculentas o Desérticas de Zurich, en una
de cuyas reuniones propuso y defendió el
que el idioma español fuera admitido ofi-
cialmente en las conferencias, propuesta que
fue aceptada. Es socio Regular en la Organización
Internacional de Taxonomía Vegetal,
con sede en Utrech, Holanda. Cualquier
libro de botánica menciona su nombre en la
bibliógrafía... Y, por fin, se reconoce internacionalmente
su valía... Las Naciones Unidas
lo nombran miembro de la misma en especialización
botánica, como experto y verdadero
científico de una rama que es la Flora
Canaria. Gracias a Sventenius, se reconoce
a las islas como una Región Botánica del
mundo. No sabemos si habrá alguien que
Su nombre es ya conocido en el mundo
entero, es citado cientos de veces en simposiums
y congresos de Londres, París,
Estocolmo, Nueva York, India, Moscú. Es
miembro correspondiente en las Islas Canarias
de la Real Academia de Ciencias Exactas,
Físicas y Naturales. Es miembro de
la Organización Internacional de Plantas
Suculentas o Desérticas de Zurich, en una
de cuyas reuniones propuso y defendió el
que el idioma español fuera admitido ofi-
cialmente en las conferencias, propuesta que
fue aceptada. Es socio Regular en la Organización
Internacional de Taxonomía Vegetal,
con sede en Utrech, Holanda. Cualquier
libro de botánica menciona su nombre en la
bibliógrafía... Y, por fin, se reconoce internacionalmente
su valía... Las Naciones Unidas
lo nombran miembro de la misma en especialización
botánica, como experto y verdadero
científico de una rama que es la Flora
Canaria. Gracias a Sventenius, se reconoce
a las islas como una Región Botánica del
mundo. No sabemos si habrá alguien que
haya dado a las Islas Canarias
tanto prestigio científico como el botánico
Sventenius, quien con tan
agotadora actividad, con
sus salidas y quedadas al
raso en el campo le han
hecho sufrir ya varias pulmonías,
está quemando los
mejores años de su vida en
nuestra tierra. Y a éste es
al hombre que se critica
por cosas fútiles y siempre
con la razón de su parte,
cuando no hay dinero con
qué pagar su labor ni labios
con que agradecérsela. Aclaremos que Sventenius
no es sueco, ni alemán, ni inglés,
aunque haya nacido en alguno de esos países.
Por creencia, por vecindad y por AMOR
A LAS ISLAS CANARIAS, es un canario
más, sobradamente merecedor del título de
ciudadano predilecto de las islas, que, revelador
de nuestras verdades científicas, deja
estela de extraña admiración por esos países
que no suponían que en Canarias pudiera
haber instituciones de tamaña categoría. En
la isla hermana de Tenerife tiene también
Sventenius admiradores, entre los elementos
intelectuales verdaderos, y detractores entre
los falsos patriotas y patrioteros que le echan
en cara el haber venido a Gran
Canaria con el Jardín Botánico.
Es desde hace más de diez años
colaborador botánico de la Universidad
donde encuentra calor para
su obra, pero sin distingo de LAS
ISLAS. Sventenius es invitado a
colaborar en importantes trabajos
de equipo, en el aspecto botánico.
El grupo de científicos, con el
Rector, D. Antonio González, realiza
importantes investigaciones y el
descubrimiento de diversos alcaloides
en plantas canarias, estudiadas
por Sventenius. El profesor González
descubre que estas plantas
pueden influir mucho en el tratamiento
de afecciones cardiacas y
con motivo de sus interesantes descubrimientos
es invitado a dar conferencias
en París y Río de Janeiro.
Una vez más, el nombre de las plantas
canarias, unido al nombre de
Sventenius es citado en las universidades
de aquellos países. A Sventenius
no se le puede tildar ni siquiera
de apetecer gloria personal. Un señor que
se pasa años ganando menos de un jornal...
Habrá que decirle que para hacer méritos se
pegue un tiro en lo alto del Roque Nublo,
gritando: Viva el Pinus Canariensis... Hay
que aclarar que sus decisiones no responden
a “caprichos”. Todo tiene una justificación,
desde el techo de cobre de
los edificios hasta la arquitectura
y emplazamiento
de los mismos. También
ha querido defender, sin
éxito, el que se eviten las
construcciones urbanas que
se quieren aprovechar del
Jardín, siendo así que se
debió comprar todo el
terreno suficiente para una
zona de defensa paisajística
del mismo... Los detalles
anecdóticos de su honradez
científica son innumerables.
Había que ir a los
riscos de Tenteniguada a buscar determinada
planta. Se trepaba con sogas amarrados
unos de otros. Era un día muy caluroso
y la ascensión peligrosa se hacia con lentitud.
Por fin se pudo recoger el Senecio hadrosomus.
Se inició el descenso por etapas. Se
hace un descanso y las tres personas que
iban, incluido él, se secaban el sudor. Todos
tenían sed. Entonces el señor Sventenius
sacó su cantimplora en la que le quedaba un
poco de agua. Se creyó que iba a mitigar la
sed de los presentes, pero... vertió el agua en
las raíces del Senecio, las envolvió con plástico,
y se continuó la marcha.
En los riscos peinados de Masca, en la isla de
Tenerife, existe una hermosa planta
llamada Statice spectabilis (Limonium
spectabile). Es el único sitio del archipiélago
en que se encuentra esa
planta. Son riscos tanto o más peligrosos
que, por ejemplo, los de
Guayedra en Gran Canaria. Trajo
unos ejemplares al Jardín Canario y
les buscó un sitio lo más parecido a
su lugar de origen, pero las plantas
sufrían la adaptación e incluso se
perdían. Sventenius volvía a arriesgarse
a trepar por Masca para traer
nuevos ejemplares pues científicamente
él explicaba que los ejemplares
que salieran en el Jardín Canario,
tendrían que ser de semillas producidas
en el mismo lugar... Esto
es honradez y rigorismo científico.
Más fácil era recolectar semillas
en las plantas de Masca y sembrarlas
en macetas y ponerlas en el
Jardín Canario... Pero ya entonces
no podía decir, ni, lo que era más
importante, demostrar científicamente,
que aquellas plantas habían
nacido en la tierra del propio jardín. Tenían
ellas mismas que formar su propia rizosfera
(ambiente biológico alrededor de sus raíces).
Por fin lo logró y hoy, después de muchos
años, puede verse esa hermosa Statice en un
rincón precioso del Jardín.
En la montaña del Horno, en la Aldea de
San Nicolás, existía una planta (Helianthemum
bystropogophyllum) que estaba situada
en lo alto de la grieta de un risco. Se le
veía subir de espaldas al mismo, mirando al
abismo. La ascensión desde la Aldea era cosa
de un día. Todo ese trabajo y el de llegar a la
planta, fue para localizarla en su propio hábitat,
fotografiarla y además pintarla. Llevaba
a la espalda, risco arriba, su caja de acuarelas
y láminas y allí, en lo alto de aquel picacho,
logró su objetivo, recolectó la planta después
de todo ese trabajo y hoy figura también
en el Jardín. En el Jardín Canario existe una
barranquera que baja desde lo alto hacia la
plaza ante el edificio de techo de cobre. Las
cascadas y cambios de dirección del agua
están estudiadas y probadas sobre la marcha,
para que el discurrir del agua produzca un
sonido armonioso.
En la plaza que hoy puede llamarse del
Palo Blanco, antes de construirse, había un
hermoso eucalipto que ponía una nota de
belleza en aquel paisaje. Pero tal planta no
era canaria, había que quitarla. Todas las
plantas no se adaptan a un lugar donde antes
vivió un eucalipto. Sventenius pensó y estudió
qué especie podría ocupar aquel lugar y
encontró el Palo Blanco que hoy, grande y
hermoso, le da más personalidad al rincón.
Los distintos tonos de color de las canterías
los seleccionaba él personalmente, yendo
bien a las canteras del Pinar de Tamadaba a
bien al Sur de la Isla. Todas las piedras sufrían
su estudio o inspección. Hoy todos comentamos
lo bonitas que son las paredes y los
bancos de la plaza principal del jardín.
Los medallones en bronce de la hermosa
fuente dedicada a los botánicos son trabajos
realizados por él mismo, así como los relieves
de motivos botánicos de Gran Canaria,
que figuran en la cantería de la misma. En
fin, todo el Jardín y cada piedra, cada planta,
son testigos de un amor, una dedicación y
un estudio riguroso y honesto”.
Y ya para terminar, y como epílogo a esta
historia, solo nos resta añadir, que los canarios
y todos los que amamos a estas islas,
podemos pues sentirnos orgullosos de haber
tenido a Eric Ragnor Sventenius entre nosotros
y de que su obra, el Jardín Canario, haya
quedado como homenaje y recuerdo imborrable
a su querida persona.