El IFOAM
(International Federation of Organic Movements) define
la agricultura ecológica como “el conjunto de sistemas
agrícolas encaminados a la producción de alimentos
saludables para el consumidor y para el entorno sin
el empleo de productos químicos de síntesis”.
Para que un sistema agrícola sea considerado ecológico
debe cumplir los siguientes requisitos:
- Producir alimentos de alta calidad nutricional.
- Trabajar en consonancia con los sistemas naturales.
- Fomentar los ciclos biológicos.
- Aumentar la fertilidad del suelo.
- Usar recursos renovables y trabajar en lo posible
con ciclos cerrados.
- Mantener al ganado lo más cerca posible
de su comportamiento natural.
- Evitar la contaminación.
- Mantener la diversidad genética agrícola y silvestre.
- Permitir a los agricultores unos retornos económicos adecuados.
En estos fundamentos se basa la actual legislación sobre agricultura
ecológica en nuestro país. El concepto central es la sostenibilidad;
tanto desde el punto de vista de los recursos
naturales, como desde el punto de vista de la economía rural.
En la Unión Europea, la agricultura ecológica ha experimentado
un interesante desarrollo en los últimos años. Los marcos
legislativos intentan definir y delimitar una serie de normas
y exigencias que avalen la calidad de los productos ecológicos.
Estas normas se han ido adoptando en los países miembros, y en
Canarias existe un organismo regulador propio, el CRAE Canarias.
Aunque los porcentajes son todavía muy bajos, también en las islas
encontramos un rápido desarrollo en los últimos años, paralelo a un
conocimiento y una valoración de la calidad de estos productos cada
vez mayores entre la población.
Desde el punto de vista cultural tenemos una enorme
cantidad de conocimiento tradicional que se ha
desarrollado a lo largo de siglos de estrecha
interacción con el medio. Su rescate, por cuanto
se trata de un conocimiento local, específico e
insustituible, es hoy, más que nunca, de una absoluta
prioridad. En este sentido, es necesario destacar la
vinculación que ha tenido siempre la agricultura
tradicional canaria con el paisaje natural, integrándose
plenamente dentro de él. Es evidente que esta actividad
requiere una transformación en el paisaje, que no debería
ser ni excesiva ni negativa; la actividad agrícola se ha
surtido de productos de nuestros campos y montes
consiguiendo gran cantidad de materias primas de
nuestro propio entorno, -por ejemplo: para hacer
las horquetas y cabos se aprovechó la madera de
brezos y castaños, para abonar las deyecciones
de animales, para la cama de éstos la pinocha
de nuestros montes- trabajando de una manera
circular, interesante bajo muchos puntos de
vista y coincidente con los principios agrícolas
ecológicos, al menos en las pequeñas explotaciones.
Si nos fijamos en el impacto que va a producir este tipo
de agricultura en el suelo, veremos que se trata de un
impacto positivo, pues la ausencia de productos químicos
de síntesis promueve el desarrollo de la incalculable
cantidad de seres vivos que lo habitan y lo hacen fértil.
Además, los sistemas de asociaciones y rotaciones que se
utilizan promueven el desarrollo físico de los suelos sin
interferir negativamente en el mantenimiento de esta
actividad biótica. También desde el punto de vista
socioeconómico la agricultura ecológica se plantea
como una actividad sostenible, pues se trata de
rescatar y mantener conocimientos y
formas de vida tradicionales, permitiendo a los
agricultores unos retornos económicos
adecuados.
En cuanto a las condiciones naturales, el interés de
nuestras islas es indiscutible; se basa en:
- Una red de espacios naturales (un alto porcentaje del total de nuestro territorio) que funciona como una importante reserva de biodiversidad.
- Unas condiciones climáticas que favorecen el crecimiento de una amplia variedad de productos.
- La condición de insularidad, que supone el aislamiento de plagas frecuentes en el continente -aunque cada vez menos por la falta de control.
Por último, diremos que el abandono de tierras de cultivo hace que tengamos terrenos limpios de restos de productos de síntesis, y esto los hace idóneos para comenzar un cultivo ecológico sin necesidad de pasar por una laboriosa reconversión. Podemos trabajar en simbiosis
(relación de mutuo beneficio) con nuestros frágiles ecosistemas.
El manejo ecológico del suelo elimina factores de contaminación
nocivos para nuestros ecosistemas, y éstos suponen una fuente rica
de seres vivos que nos benefician en la producción. Ciencia y
tradición pueden apoyarse y complementarse mutuamente para conformar
una nueva visión sobre los agrosistemas. Esta es la propuesta de la
agricultura ecológica, una disciplina dinámica que se mantiene en
constante revisión para ajustarse cada vez más y mejor a los ciclos
vitales y a las necesidades humanas.