Rincones del Atlántico



EL GAROÉ O ÁRBOL SANTO

En la isla del Hierro había
un árbol, entre zarzales,
que a todos los naturales
de agua límpida surtía.
Era un tilo gigantesco,
de anchas hojas encorvadas,
siempre, a la aurora, besadas
del mar por el soplo fresco.
Al ascender la neblina,
desde la playa en que brota,
dejaba en él, gota a gota,
una lluvia cristalina.
Y del follaje sombrío
trocábase la guirnalda
en búcaros de esmeralda
llenos de claro rocío.
Después vertiendo, sonora,
suaves lágrimas tranquilas,
iba a juntarse en dos pilas
aquel agua bienhechora.
Siglos fue salud y encanto
del herreño pobre y rudo,
hasta que un viento sañudo
lo echó a tierra, el Árbol Santo.

Guillermo Belmonte


Pino de Canarias, hoja y fruto.
“Cinq années de séjour aux Îles Canaries”.
R. Vernau. París, 1891 (BULL).


¡Cuán gratos los recuerdos de mi infancia,
y qué feliz me siento al evocarlos,
volviendo a ver las cristalinas fuentes,
árboles, verdes prados,
y lugares alegres y dichosos
que en mi feliz infancia quise tanto!…

W. Woodworth


La Orotava (fragmento). J. J. Williams.
“Historia Natural de las Islas Canarias”.
S. Berthelot y P. B. Webb. París, 1839.


TENERIFE
El Campo

Sobre la dura roca ennegrecida
se ha tendido el tapiz multicolor
que ofrece, cual regalo de la vida,
el néctar fruto y el perfume flor.

Fue la mano del hombre encallecida,
fue su sangre fluyendo en el sudor,
la que horadó la peña endurecida,
la que a la ardiente lava dió frescor.

Y la campiña, que hacia el mar se lanza
y baña sus raíces en la espuma,
sube a los montes, y en la cima avanza

absorbiendo el deleite de la bruma,
para elevar al cielo sus olores
y en la tierra dejar frutos y flores.

Margarita Carmona


     
El Garoé por J. Hilton.
“The Universal Magazine”. Londres, 1748.


EL PINO
(Fragmento)

Árbol nacido en la heredad paterna,
Árbol sagrado, centenario pino,
Cuando me envuelves en tu fresca sombra,
Mi corazón palpita más tranquilo.
Aquí encuentro, alejado de las gentes,
El bienestar, la calma y el olvido;
Parece que a tu lado se respira
La paz majestuosa de los siglos.
Tus brazos levantados hacia el cielo
Al huracán y al rayo han combatido,
Y hoy se cubren sus viejas cicatrices
De hojas secas y plumas de los nidos.
Entona el viento en tus frondosas ramas
Sus cántigas cortadas de suspiros(…)

Antonio Chocomeli



AL DRAGO DE LA OROTAVA

Junto a tu tronco carcomido y roto
llega atrevida mi profana planta;
mudo padrón de un tiempo más remoto
¿enséñame esa historia sacrosanta?

Contemplaste ese imperio afortunado
que el gran Tinerfe comandara un día,
al impulso español desesperado
hundirse al fin en su tenaz porfía.

Cuéntame tú las inocentes leyes
que rigieron un tiempo aquellos hombres
sus ritos, sus justicias, sus menceyes,
repíteme otra vez aquellos nombres.

Yo ví de Viana, en el sublime tomo
las encantadas gracias de Güanina,
me forjé del magnánimo Bencomo
ese rudo carácter que fascina.

Admiré del potente Beneharo
la venerable frente en el consejo,
y del valiente y colosal Tinguaro
los miembros animarse en Acentejo.

Tú los viste también y contemplaste
transformado el pastor en guerrillero,
y sus bélicos gritos ensanchaste
al lanzarse al combate postrimero.

Ni uno solo quedó, todos murieron
al rudo golpe de invasora gente,
sus cuevas de sepulcros le sirvieron,
de monumento el Teide prepotente.

Joven entonces, arrogante drago,
mudo testigo de aprobio fuiste:
el pendón victorioso de Santiago
en las alturas tremolando viste.

Sangre brotaron tus cortantes hojas,
llorabas tu también, árbol querido,
y aún se distinguen esas manchas rojas
sobre tu tronco viejo y carcomido.

Alfonso Dugour


“Historia Natural de las Islas Canarias”
S. Berthelot y P. B. Webb. París, 1839.


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