Una tarde de febrero de 1997 paseando por Triana en Las Palmas
de Gran Canaria me encontré con el poeta Olegario Marrero.
Después de tomarnos un café me
invitó a la presentación de un
libro en el Club Prensa Canaria.
Desconocía al autor y su obra
pero al final le acompañé. El libro
se titulaba “Dendron: el país de
los niños” y recogía un cuento
mágico sobre un niño moganero
y una preciosa leyenda sobre
un enorme drago que habitaba
en lo más alto, en los abruptos
paredones orientados al norte de
Mogán.
El majestuoso e imponente
árbol ejercía una poderosa
atracción de la que tampoco
podía sustraerse Juan, el niño de
Mogán, pero el ascenso a lo alto
había resultado infructuoso hasta
para los más intrépidos lugareños.
Justo un año antes se habían
localizado por primera vez en
las estribaciones meridionales del
Anti-Atlas, en las gargantas de
Assif Oumarhouz, en lo alto de
los escarpes de Jbel Imzi y de
Adad Medni, una impresionante
población de dragos muy parecidos
a los de Canarias. En el
habla bereber se conoce a estos
dragos con el nombre de “ajgal”
y que significa “el que vive en lo
alto”. Por estas fechas ya empezaban
a despuntar, en las terrinas
de los viveros de Jardín Botánico
Canario Viera y Clavijo,
las primeras plántulas de dragos
recogidas en los escarpes montanos
del sur de Gran Canaria.
Estas plántulas procedían de las
semillas recolectadas por Rafael
Almeida el 2 de diciembre de
1994. Era la primera vez que
se recolectaban semillas de plantas
silvestres de “
Dracaena draco”
en Gran Canaria, plantas que
habían sido dadas a conocer por
Günter Kunkel en 1972 y 1973.
Es como si estos encuentros, asociados
siempre a las zonas altas o
“altares”, se esforzaran en quedar
vinculados a esa mágica atmósfera,
atributo particular de leyendas,
desde donde “Dendron”
adquiere sentido y se manifiesta
como sabio y tierno anciano, que
encuentra en los niños la semilla
para enmendar los desafueros de
la Historia en la Tierra. Rafael
Almeida me había cedido una
parte de las semillas recolectadas
para el Jardín Canario, concretamente
el 28 de junio de 1995,
pero hasta que las plántulas no
adquirieron un cierto desarrollo
no empezamos a sospechar
que se trataba de algo diferente
a
Dracaena draco. Incluso surgió
cierta incertidumbre en los viveros
del Jardín Botánico, ya que
allí había otros grupos de plántulas
de otras especies o géneros
próximos o parecidos, como
Dracaena ellenbeckiana,
Beaucarnea,
Nolina o
Yucca, y pudieran
haberse mezclado; pero Miguel
Alemán, capataz responsable del
vivero, me insistía en que aquellas
eran las plántulas de las semillas
que yo le había pasado.
Esto sucedía en los primeros
meses de 1997, casi coincidiendo
con mi encuentro con “Dendron”.
Entonces, junto a Rafael
Almeida y Manuel González
(que por aquellas fechas colaboraba
conmigo en otros proyectos),
iniciamos un intenso rastreo
bibliográfico y preparamos un
apretado calendario de visitas a
las distintas localidades donde se
conocían o se pudieran encontrar
ejemplares del drago en
Gran Canaria. Durante los meses
de junio, julio y agosto rastreamos
todo el suroeste de Gran
Canaria, las principales poblaciones
silvestres conocidas en la
isla de Tenerife: barrancos de
Masca, del Infierno y Badajoz,
roque de las Ánimas, estribaciones
de Anaga y los acantilados
por encima de Los Silos y Buenavista;
y de igual modo se recogió
material de diversos grupos
en la isla de La Palma. El 19 de
agosto de 1997 estábamos trepados
en un andén, en los abruptos
paredones orientados al norte,
por encima de Mogán. Una
majestuosa planta de erizadas
hojas se adosaba al risco, inaccesible,
por encima de nosotros,
y debo confesar que el
ambiente era realmente mágico.
Desde los primeros encuentros
con los dragos del suroeste de
Gran Canaria nos dimos cuenta
de que con sólo disponer de
unas pocas hojas, que con relativa
facilidad se podían recoger
al pie de los acantilados donde
crecían las plantas, podíamos distinguir
sin lugar a dudas, los
dragos silvestres de esta Isla de las
de dragos comunes. Las plantas
de Gran Canaria mostraban, de
igual manera que las plántulas del
vivero, las hojas muy aguzadas
hacia el extremo y con superficie
muy acanalada, además del constante
color verde grisáceo en la
planta. Pero para una descripción
botánica aceptable necesitábamos
conocer la estructura
de la inflorescencia, así como la
forma de la flor y de los frutos.
Hasta el 20 de julio de 1997
no localizamos ningún drago en
flor. Justo ese día con motivo
de la prospección de las plantas
que crecían en la parte alta del
barranco de Arguineguín, nos
encontramos que el drago que
crece por encima del barranquillo
Andrés presentaba una
ya bien desarrollada inflorescencia,
la única observada ese
año. Inmediatamente nos pusimos
en contacto con un montañero
amigo, Antonio Quintana,
y en dos sucesivos descensos en
“rappel”, esa misma tarde y el
31 del mismo mes, recolectamos
el material necesario para
el estudio botánico y la correspondiente
descripción taxonómica.
De la inflorescencia que
medía casi un metro de largo por
unos 80 centímetros de diámetro,
separamos unas ramitas laterales
que, junto con varias hojas,
habrían de conformar los pliegos
“Tipos” de la nueva especie,
quedando así los escarpes por
encima de barranquillo Andrés
como “
locus classicus”. Entonces
nos encontramos con una nueva
sorpresa: la estructura de la inflorescencia
era completamente distinta
a la de
Dracaena draco, de
forma que mostraba hasta tres
niveles de ramificación (y no dos)
y donde las ramitas laterales se distribuían
por todo el raquis, siendo
más cortas y gráciles. Llegamos
incluso a dudar de si se trataba
de una especie de drago, puesto
que conocíamos otras inflorescencias
de otras especies más
alejadas, como
Dracaena ellenbeckiana,
cuya estructura era muy
similar a la del drago común.
Pero apenas conocíamos nada
sobre este aspecto en las especies
de dragos del entorno del Mar
Rojo, en el este de África. Plantearnos
en aquel momento un
proyecto para visitar tales zonas
resultaba inviable. Implicaba la
recogida de muestras en Sudán,
Eritrea, Somalia, Arabia, Yemen,
Omán y la isla de Socotora,
lo cual desbordaba nuestra disponibilidad
de tiempo y presupuesto.
Además la visita a tales
lugares no garantizaba el éxito
de estar en el lugar oportuno
en el tiempo oportuno, especialmente
para nuestro objetivo
de encontrar inflorescencias; por
otra parte el momento políticosocial
no era el más aconsejable
para excursiones al interior de
tales países, especialmente en el
lado africano. Pero sabíamos que
muchos de estos países habían
sido Protectorados Británicos y
que durante tales periodos los
naturalistas ingleses habrían realizado
numerosas herborizaciones
en tales territorios. Por ello
una visita a los Herbarios de
Londres podría ser suficiente a
nuestros propósitos. La semana
del 19 al 25 de octubre de
1997 visitamos los Herbarios
del Museo Británico y del Real
Jardín Botánico de Kew. En
este último pudimos contemplar
además una planta joven de
Dracaena
schizantha. Tal como esperábamos
encontramos suficiente
material de
Dracaena serrulata de
Arabia, Yemen y Omán, D. schizantha
de Somalia y D. cinnabari
de la isla de Socotora. Sin
embargo de
D. ombet de Egipto,
Sudán y Eritrea, apenas encontramos
el material tipo y en muy
mal estado de conservación. Pero
la rama de inflorescencia disponible
y el hecho de contar con
plantas juveniles cultivadas en
el Jardín Canario, nos permitía
compararla con nuestro material.
La sorpresa fue encontrar
que las especies del entorno del
mar Rojo y la de Arabia presentaban
un tipo de inflorescencia
similar a la de la especie de
Gran Canaria:
Dracaena tamaranae,
como finalmente la llamamos,
pero de la cual diferían por
tener hojas con borde finamente
serrulado, superficie muy gruesa
y escasamente acanalada y por
presentar las ramitas de las inflorescencias
más o menos afieltradas
tomentosas. La especie de
Gran Canaria presenta el borde
de las hojas nítidamente liso y las
ramitas de las inflorescencias glabras
satinadas, además de presentar
la articulación de los pedicelos
en posición distal. Notablemente
diferente a este grupo se muestra
D. cinnabari de Socotora la
cual parece tener mayor afinidad con D. draco, siendo la
especie de drago de aspecto
más robusto y compacto aunque
la especie macaronésica presenta
mayor envergadura. De
esta forma nos encontramos con
una nueva sorpresa: y es que los
dos dragos ahora conocidos para
el noroeste de África y Macaronesia
no parecen relacionados
entre sí, estableciendo una doble
relación biogeográfica entre el
este y el noroeste de África.
Aunque las fluctuaciones climáticas
en el norte de África se han
sucedido desde épocas remotas,
intercalándose épocas lluviosas
con otras más áridas, la desertización
del Sahara actual es relativamente
reciente, acentuándose
desde el Holoceno, en los
últimos 10-20 mil años. Sin
embargo en el registro fósil no se
ha encontrado hasta el momento
ningún indicio de especies de
tipo drago en todo el norte de
África. Los únicos dragos fósiles
de los que tenemos referencias
fueron descritos por Gaston
de Saporta en las últimas décadas
del siglo XIX, para la vertiente
mediterránea francesa, en
los valles de Armisián en Narbona
y Aix en Provenza, los
cuales por presentar hojas planas
están más relacionados con D.
draco o D. cinnabari. En todo
caso parece claro que los dragos
tuvieron en un pasado no demasiado
remoto una distribución
mucho más amplia en ambos
márgenes del mar de Tetis, ocupando
buena parte del actual
área mediterránea y del norte de
África y que las glaciaciones por
un lado y la desertización del
Sahara por otro hayan dado lugar
a la situación precaria actual quedando
las únicas muestras refugiadas
en ambos extremos del
continente africano. El descubrimiento
de poblaciones silvestres
de
Dracaena draco en África,
al sur de Marruecos, e inmediatamente
después el descubrimiento
de
Dracaena tamaranae
para Gran Canaria, y por ahora
exclusiva de esta Isla, con el añadido
de poner en evidencia la
doble disyunción este-oeste, ha
levantado cierto revuelo entre
los botánicos y naturalistas, que
al tiempo de expresar nuevos
horizontes y perspectivas en este
grupo de emblemáticas plantas,
plantean nuevos interrogantes e
incentivan nuevas investigaciones
tanto fitoquímicas, como
moleculares, filogenéticas o biogeográficas. Y es que “Dendron”
sigue fascinando desde
ese entorno entre la leyenda y
la realidad, y muchos, de igual
modo que el niño moganero,
quieren seguir manteniendo esa
relación mágica: entre los productos
fitoquímicos y la sangre
poderosa del dragón, entre los
portentosos ancianos, testigos de
nuestra historia, y los datos de la
taxonomía o la biología molecular,
y es que algunos aún no
pueden resistirse a seguir venerándolos
como milenarios. Y debo
reconocer que a mi también me
fascinan las leyendas, aún a pesar
de que hoy sabemos que, por
ejemplo, el drago de Icod apenas
rebasa los 400 años y que en
los tiempos de la conquista o
no existía o sería un draguillo
cualquiera más entre cientos, y
donde en una isla como Tenerife
serían frecuentes otros portentosos
dragos que nada tendrían
que envidiar al del Marqués del
Sauzal, aunque eso sí, serían silvestres
o pertenecerían a propiedades
más modestas.