Rincones del Atlántico



Pinos de Gáldar
El ocaso de un pinar


Águedo Marrero
Fotos: Autor - FEDAC


Hace aproximadamente 2.700 años las cumbres de Gran Canaria ardían. Siguiendo una fisura que recorría las cumbres nororientales de la isla, varias bocas volcánicas escupían fuego y abrazaban los fondos de los barrancos hacia Valsendero y Barranco de la Virgen y hacia Fontanales. Las profundas e inaccesibles gargantas de estos cañones se anegaban de lava fundida sepultando para siempre su más preciada expresión de vida allí guardada. Las nubes de escorias y piroclastos bañaban extensos campos en la tarea de las fuerzas telúricas de retocar un poco más la fisonomía y los perfiles de esta isla. Sepultados bajo esta pesada y ardiente lluvia, los pinares iban sucumbiendo. Un extenso manto de rojos, ocres y negros, que cubría montes y laderas, generaba otras formas de sobrecogedora belleza. El aire arremolinaba las imprecisas fumatas prolongando veladuras fugaces en el mágico paisaje. Hacia el sur se elevaba ahora un montañón, hacia el norte, coronando un cono adosado, un profundo cráter. Más abajo retazos de laurisilva sobrevivían entre lavas y ascuas humeantes. Al otro lado, a occidente y más arriba, los retamares y los pinos aguardaban una nueva calma.

Hace algunas décadas las extracciones en una piconera abierta en el flanco oeste del Montañón Negro dejaban al descubierto el fuste enteado y recto de un viejo pino. Testigo mudo de aquellos avatares resistió erguido allí, junto al volcán, ofreciéndonos como legado el testimonio de su propia existencia y la de otros congéneres en aquella otra cumbre. Muchos de estos congéneres sobrevivirían más allá de las coladas y de los campos de piroclastos ofertando, a través de los años y de los siglos, las simientes que habrían de colonizar el nuevo espacio requemado.

La memoria de las generaciones apenas recuerda las cumbres yermas o los pajonales; las toponimias y las crónicas nos hablan de la pez, la brea y los hornos, los trasiegos de madera del pinar, del arriero, y de la gente en los caminos que a través de las cumbres cruzaban la isla de costa a costa, de mar a mar. Pero allí, en la ladera occidental exterior del cráter, una veintena de pinos canarios llegados desde cientos o probablemente miles de años atrás, había conseguido aguantar hasta nuestros días. Ni el paso de los siglos, ni de vendavales, ni años lluviosos, ni prolongadas sequías habían conseguido abatirlos, y no se sabe por qué incertidumbre o suerte también habían escapado del hacha y del fuego.

 
Los Pinos de Galdar hacia principios de loas años 70 del siglo XX
(Fotos: Julián Hernández Gil, Archivo fotográfico FEDAC)


Popularmente conocidos como “Pinos de Gáldar”, emplazados en las faldas de esta excelente atalaya desde donde se abarca todo el norte de la isla, debieron ser o estar muy relacionados con los primeros colonos de las laderas exteriores de la caldera. Los “Pinos de Gáldar”, parientes próximos del “pino enterrado”, han sido testigos de tiempos remotos y del paso de los pueblos, de lágrimas, sudores y de sangre. También del desmantelamiento del bosque, del pinar, cuyas maderas habrían de ennoblecer con magníficos artesonados las techumbres y balconadas canarias. Testigos de la retirada del hombre del campo y de sus rebaños, de campañas de reforestación, del reverdecer de la isla... y finalmente testigos mudos de su propio ocaso y desaparición.

En 1962 se contabilizaban en la zona hasta 19 pinos centenarios, y 15 años después, cuando ya se habían iniciado las primeras reforestaciones, aún permanecían, en perfecto estado, estas 19 plantas. Tres años más tarde, en 1980, había desaparecido el pino 14 y estaba bastante debilitado el 7. Así se iniciaba la debacle; las parcas habían decidido sobrevolar, como guirres, la caldera. Al término de los años 90 ya habían desaparecido los pinos números 7, 16, 17 y 18, y entre 2004 y 2005 cayeron abatidos los números 10, 12 y 13, quedando debilitados el 3, 4, 8 y 19 y muy maltrechos el 11 y el 15. En apenas 25 años se había esfumado casi la mitad de aquellos singulares pinos, lo que no habían conseguido cientos y cientos de años de inclemencias del tiempo y de intemperie.

Con alturas de 15 a 25 metros en varios niveles de ramas densas y abigarradas, troncos de hasta 6 y 7’75 metros de perímetro, hasta 2 y 2’5 metros de diámetro y copas que rebasan los 20 y 25 metros de diámetro, constituyen auténticos bonsáis gigantes, más propios del mejor país de las maravillas.

Queridos pinos, han nacido ustedes en lugar inapropiado. Después de cientos y cientos de años haciendo paisaje y ambiente, soportando tempestades y sequías, viendo nacer y morir a muchas gentes, ahora resulta que ¡han nacido ustedes en lugar inapropiado! Algún asesor de Presidencia ya aseveraba que vuestra isla no tenía remedio y no merecía la pena gastar en ella; y luego sentenciaron los doctores que sólo intuyeron laurisilva en vuestro entorno. Los forestales sólo habían visto desolación, hablaron de densidades y plantaron y plantaron pinos, y la lluvia les dio la razón o así lo creyeron y ahora plantan laurisilva. Los gestores de las leyes de espacios naturales nunca les tuvieron en cuenta y el Monumento Natural del Montañón deja a dos de ustedes fuera (paradojas de la vida: precisamente los de Gáldar). No son ustedes, queridos pinos, “árboles de porvenir”, ni tampoco parte de reservas de la biosfera, y los dendrólogos sólo saben contar en ustedes hasta 350.

Soberbia, arrogancia u olvido, desidia o incompetencia, contra vuestra humilde y quizás milenaria existencia.

Tal vez ignorancia y cobardía. Ignorancia y cobardía tal vez incontrolada. La culpa la tiene el picapinos, dice alguna mente avispada, que no el fuego provocado. Más abajo pastan las ovejas de algún pastor lejano. Ni el fuego, ni la lluvia torrencial de aeroplanos, ni los vientos que después vinieran. El porte monumental y enteado de viejos pinos, en un entorno incomparable de las cumbres de la isla, hacía de ustedes auténticas reliquias de un museo natural, y reserva de un material génico único. Pero nadie lo tiene en cuenta. Hoy vuestro paisaje y perfil han desaparecido, poco a poco vuestras ramas y fustes también. Unos entre la nueva foresta, otros entre las llamas. Vuestros compañeros de raza, coquetos y arropantes al principio, se han convertido ahora en manto encubridor y asfixiante, juvenil y triunfante competencia, antorchas a vuestros pies.

Corre el verano de 2005 y las cumbres de Gran Canaria arden. Por el lado occidental “el fuego tiene dos frentes, uno en dirección a Moriscos y el otro hacia los pinos de Gáldar”. Aquella noche de julio, del jueves día 21, “los ciudadanos que paseaban por la playa de Las Canteras podían observar las llamas”, algunos corazones se contraen, muchas calladas almas neronianas se complacen.


Fotos aéreas de la ladera exterior oeste de la Caldera de los Pinos de Galdar. Años: 1962, 1977, 2002 ( a la derecha )
Fotos aéreas: 1962 y 1977: Servicio insular de planeamiento y cartografía del Cabildo Insulsar de Gran Canaria. 2002: Grafcan


Ficheros

Datos de localización, métricos y de conservación de los 19 pinos de Gáldar (mayo - 2006)
(Descargar PDF)

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