Los pinares canarios
Pasado y presente
Octavio Rodríguez Delgado y Marcelino J. del Arco Aguilar
Departamento de Biología Vegetal (Botánica) de la Universidad de La Laguna
Fotos: Sergio Socorro - Rincones - Juanjo Ramos - Carlos M. Anglés - Autores
De afinidad mediterránea, el pinar genuino de las islas es una formación abierta caracterizada por el pino canario (Pinus canariensis), que crece por encima de la zona de nubes del monteverde en el norte y directamente por encima de los bosques termoesclerófilos en el sur, en terrenos con precipitaciones que rondan los 450-550 mm y una temperatura media anual entre 11ºC y 15ºC. El territorio que ocupa está influenciado por el alisio cálido y seco del Noroeste, que habitualmente sopla por encima de los 1.500 m, aunque la sequedad se acentúa aún más en las fachadas que miran al Sur. En invierno soporta frecuentes heladas y, ocasionalmente, algunas nevadas, a veces de importancia.
En su conjunto, el pinar genuino ocupa territorios de los pisos bioclimáticos termomediterráneos y mesomediterráneos
1 con ombrotipo
2 de seco superior a húmedo, fuera del ámbito de influencia regular del mar de nubes, tal como se puede observar en el esquema altitudinal adjunto; no obstante, sobre territorios sálicos puede descender al termomediterráneo semiárido superior y seco inferior.
Los límites altitudinales del pinar típico oscilan entre 1.500 y 2.000 m en la vertiente septentrional de las islas y entre 900 ó 1.000 y 2.200 m en la meridional, aunque esos límites son frecuentemente rebasados en situaciones mixtas con las comunidades vegetales colindantes y como consecuencia de la gran competitividad del pino sobre sustratos sálicos y coladas volcánicas recientes. A este respecto, cabe destacar la enorme extensión y las cotas tan bajas que pueden alcanzar los pinares asentados sobre sustratos sálicos en las islas de Tenerife y Gran Canaria.
El sotobosque del pinar es pobre y se compone en general de las mismas plantas que constituyen densos matorrales cuando es talado; las principales son el escobón (Chamaecytisus proliferus susbp. angustifolius –Tenerife y La Gomera–, subsp. meridionalis –Gran Canaria–, subsp. proliferus var. meridionalis –La Palma–), la jara o jarón de monte (Cistus symphytifolius y C. osbaeckiaefolius), el poleo de monte (Bystropogon origanifolius), varios corazoncillos (Lotus spp.), algunas magarzas (Argyranthemum spp.), diversos tomillos (Micromeria spp.) y varias chahorras (Sideritis spp.), entre otras; sobre todo, las dos primeras llegan a constituir comunidades o facies
3 de amplia distribución, escobonales y jarales. El escobonal, considerado una facies dinámica del pinar, puede llegar a constituir una comunidad arbustiva en la que domina el escobón, cuya extensión pasada tuvo que ver principalmente con los incendios, el pastoreo y el aprovechamiento maderero.
Es probable que, en el pasado, el cedro canario (Juniperus cedrus) compartiera su área de distribución con la del pinar, pero al no resistir el fuego y ser muy explotado por su cotizada madera, prácticamente debió de desaparecer de éste, quedando relegado a los lugares más inaccesibles de la cumbre.
Existen pinares naturales en las islas de Gran Canaria, Tenerife, La Palma y El Hierro. En La Gomera, aunque pudieron haber existido de forma reducida en ciertas localidades de exposición sur, su presencia queda hoy relegada a roques y afloramientos sálicos.
Evolución de las distintas formaciones vegetales
Antes de la llegada de los colonizadores europeos, y según se desprende de las crónicas, la influencia de los aborígenes canarios sobre la vegetación canaria fue bastante limitada, sobre todo en las masas forestales más importantes, donde es presumible que no ocasionasen grandes daños, en gran parte debido a la falta de herramientas adecuadas para talar los árboles y trabajar la madera. No obstante, conocemos la existencia de una serie de objetos de madera que obtenían mediante una lenta elaboración artesanal: armas, varas, bastones de mando, peines, colgantes, gánigos, palitos para producir el fuego, antorchas para alumbrarse, tablones funerarios, etc. La madera empleada en la fabricación de los anteriores objetos, así como en la techumbre de abrigos pastoriles, procedía de diversos árboles, entre los que destacaba el pino canario. Con corteza de pino se construyeron también boyas y cucharas, así como tapas y fondos de recipientes. Si bien los escasos ejemplares de pino canario que pudieron crecer en Fuerteventura desaparecieron en esa época, los frondosos pinares de las islas centrales y occidentales llegaron bastante bien conservados al momento de la Conquista, a pesar de los daños producidos en la foresta por los citados aprovechamientos, la incipiente agricultura practicada por los primitivos habitantes y la cultura ganadera, común a todas las islas.
La Conquista del archipiélago supuso un duro golpe para su paisaje vegetal, pues si bien los nuevos pobladores se encontraron con que la vegetación potencial cubría la mayor parte de las islas, la elevada demanda de madera con fines domésticos e industriales, así como la de espacios abiertos para el asentamiento de núcleos de población, terrenos de cultivo y dehesas de pastoreo, provocó durante el proceso de colonización (siglos XV y XVI) una rápida e intensa actividad taladora y roturadora. Ésta transformó en pocas décadas el paisaje insular, al acabar con una parte considerable de la cobertura vegetal original, a pesar de las medidas de control que pronto se trataron de imponer, pues, tras aprobarse las correspondientes ordenanzas que regulaban el reparto y aprovechamiento de los montes de Propios, éstos comenzaron a ser una de las principales fuentes de riqueza de las islas. Otro aprovechamiento exclusivo de los pinares, a los que causó un grave daño, fue el de la destilación de pez mediante la combustión de la madera, cuyo resultado era una brea oscura utilizada fundamentalmente en el calafateado de los barcos, para lo que existía una gran demanda, ya que además de su uso en las islas fue exportada a las Indias y a la costa de Guinea.
Luego, desde comienzos del siglo XVII hasta mediados del XX, se alcanzó el máximo desarrollo agrícola y ganadero del archipiélago, así como un incremento poblacional lento pero constante. Durante esa larga etapa no se produjeron tantas roturaciones masivas como en el período anterior, pero continuaron siendo importantes los aprovechamientos forestales (leña, madera para la construcción y útiles domésticos, etc.). Por todo ello, las dimensiones del monte llegaron ya muy mermadas al siglo XIX. Además, la desaparición a mediados de dicha centuria de los últimos reductos de monteverde en algunas islas, como Gran Canaria y gran parte de Tenerife, concentró los aprovechamientos en los pinares, que a partir de entonces reemplazarían a aquel bosque en la obtención de leña, carbón y aperos de labranza, uso que se mantuvo hasta bien entrado el siglo XX; ese aprovechamiento acabó en talas abusivas, motivadas por la especulación económica.
En el primer tercio de esa última centuria, varios periódicos canarios llevaron a cabo intensas campañas en defensa de los montes isleños supervivientes. Así lo hicieron tres de La Palma, Crónica palmera, Germinal y Diario de avisos, que criticaban la indiferencia de las autoridades ante la degradación de la riqueza forestal, la funesta forma en que se hacía el carbón, la falta de cumplimiento de los guardas con su deber, la apropiación indebida del monte por particulares y las talas escandalosas que se sucedían en ellos; pero, sobre todo, se insistía en la necesidad de hacer intensas repoblaciones forestales. En esa campaña destaca la labor realizada por un palmero afincado en Tenerife, Antonio de Lugo y Massieu, editor entre 1916 y 1930 de la revista El campo, que subtitulaba Periódico propagandista del arbolado y las prácticas agrícolas, la cual costeaba y distribuía gratuitamente entre los agricultores. Poco a poco, las instituciones públicas comenzaron a moverse, de modo que desde varios ayuntamientos se solicitaban labores de repoblación y la declaración de algunos montes como parques nacionales; en 1907 se creó el Distrito Forestal de Canarias y en 1927 una Junta de Repoblación y Conservación Forestal de Tenerife; además, por esas mismas fechas se fundaba la Sociedad de Amigos del Árbol, de carácter privado.
La última etapa en la evolución de los pinares, que comenzó en los años cuarenta del pasado siglo, coincide con la recuperación de la masa forestal de las islas, debida en primer lugar a la disminución de los aprovechamientos –al retroceso de la actividad agrícola y del pastoreo en las zonas altas de las islas, a la decadencia y desaparición de la industria naval y a la sustitución de la leña por el gas butano como combustible–, y en segundo lugar a la política de repoblación del Servicio Forestal del Estado (luego ICONA), así como al surgimiento de una normativa legal que comenzó a proteger muchos espacios naturales, como el Parque Nacional de la Caldera de Taburiente. Todo ello ha permitido una clara recuperación de la cubierta vegetal, sobre todo de las formaciones forestales de las medianías y cumbres. Pero dicho afán repoblador motivó que se creasen en todas las islas masas artificiales de pinos donde nunca los hubo, resultando un paisaje diferente al propio de cada zona insular.
Al margen de lo expuesto, desde su establecimiento en las islas el pino canario ha estado sometido a la periódica incidencia del fuego, tanto por causas naturales (rayos, erupciones volcánicas, etc.) como por causas antrópicas. Estas últimas han incrementado la frecuencia de los incendios en las últimas décadas, y si bien el pino canario (gracias a su gruesa corteza) es capaz de resistirlos y rebrotar tras ellos, al igual que algunas de las especies características (sobre todo leguminosas, en las que la capacidad germinadora de las semillas se ve favorecida por el fuego), no cabe duda de que en el ecosistema se produce un empobrecimiento florístico, pues se pierde biodiversidad y gran parte del suelo por los procesos erosivos que actúan tras la disminución de la cubierta vegetal.
Los pinares canarios en la actualidad
Como hemos visto, el pinar ha sufrido a lo largo de la historia reiterados incendios, explotaciones diversas (madera, pez, etc.) y extensas repoblaciones, que han transfigurado su paisaje natural; además, tanto en su área potencial como fuera de ella han tenido lugar reforestaciones y plantaciones con pino canario u otros (Pinus radiata, P. halepensis, etc.), lo que ha contribuido a mantener una buena masa forestal de pinar, aunque a veces a costa de otras formaciones autóctonas de las islas de gran interés biológico, como el bosque termoesclerófilo, el monteverde o el retamar de cumbre.
En Lanzarote, la escasa altitud de la isla ha impedido la existencia de un pinar natural. No obstante, entre 1960 y 1965 se plantaron 53 Ha de arbolado foráneo en las cumbres de Famara, en el municipio de Haría, exclusivamente a las cabeceras de los valles de Temisas y Haría, correspondiendo la mancha de mayor superficie a las faldas de la meseta superior de los Riscos de Famara, en la base de Las Peñas del Chache. La especie que domina es pino carrasco (Pinus halepensis), a la que se añaden ejemplares aislados de pino insigne (Pinus radiata) y ciprés (Cupressus spp.); también es abundante la acacia (Acacia cyclops), que en ocasiones da carácter a esa pequeña masa forestal, llegando a asilvestrarse por los alrededores. En su conjunto, la fisonomía de la vegetación es subarbórea, dadas las adversas condiciones climáticas del lugar.
Amplia panorámica del pinar de Tamadaba tomada desde Faneque
También debido al escaso relieve de Fuerteventura, cuya cota máxima sólo alcanza los 807 m de altitud, es improbable que en la misma existiera un auténtico pinar, pero existe constancia arqueológica de que sí existieron ejemplares aislados de pino canario, que pronto desaparecieron bajo la acción humana, tal como se ha detectado en carbones procedentes de la Cueva de Villaverde (La Oliva). No obstante, entre los años cuarenta y sesenta del pasado siglo XX se plantaron en las laderas y cumbres de Betancuria más de 300 Ha de pinos y especies frondosas, superficie que se ha reducido en la actualidad a unas 70 Ha. Las coníferas más abundantes en las plantaciones de las laderas y cumbres de Betancuria son el pino carrasco y el pino insigne; también está plantado, aunque en menor cantidad, pino canario, y es probable que puedan encontrarse ejemplares aislados de pino rodeno (P. pinaster) y pino piñonero (P. pinea). Las dos frondosas que intervienen en mayor medida en esta pequeña masa forestal son dos acacias: Acacia cyclops, que también aparece asilvestrada por los alrededores de dicha zona, y A. cyanophylla, plantada en la misma, al igual que las anteriores especies. Asimismo, se incluyeron en esta repoblación otros árboles y arbustos: el almendrero (Prunus dulcis), el ciprés (Cupressus sempervirens), el algarrobo (Ceratonia siliqua), el pino de oro (Grevillea robusta) y la alfalfa arbórea (Medicago arborea). Como único elemento arbóreo de la vegetación potencial que aún convive con las especies introducidas debemos destacar la presencia del acebuche (Olea europaea subsp. cerasiformis), aunque la mayoría de los ejemplares tiene porte achaparrado.
El pinar es la gran formación vegetal de Gran Canaria, con un área climatófila que, a sotavento de los alisios, se extiende en altitud desde las medianías del termomediterráneo seco superior, mientras que a barlovento, por encima del área de influencia más o menos constante de las nieblas, se distribuye desde el mesomediterráneo superior (a unos 1.500 m.s.n.m.) hasta la cumbre. Pero el pinar, con carácter edafófilo, excede ampliamente esos pisos en las vertientes S y SW, sobre sustratos sálicos, adentrándose en áreas termomediterráneas de ombrotipos semiárido superior y seco inferior. Existen sobresalientes pinares naturales en Inagua, Ojeda, Pajonales y Tamadaba, con una amplia gama de variación en su composición florística, sobre todo en los límites de su área, en función del contacto con otras formaciones vegetales y de su descenso a cotas bajas por el SW. En su área potencial, los matorrales de cumbre con retama amarilla (Teline microphylla) y codeso (Adenocarpus foliolosus var. villosus) están ampliamente representados en el norte; por contra, el escobonal de Chamaecytisus proliferus subsp. meridionalis es abundante en el sur. Además, su extensión ha sido favorecida por las reforestaciones, que han permitido recuperar gran parte de las extensiones que fueron taladas y roturadas en el pasado.
En Tenerife, el pinar se extiende a sotavento de los alisios por encima del área de los bosques termófilos, desde las medianías del piso termomediterráneo seco superior, y a barlovento por encima del área de influencia más o menos constante de las nieblas de los dominios del monteverde, desde aproximadamente los 1.500 m.s.n.m., donde comienza el mesomediterráneo superior. En territorios sálicos, sobre todo de la vertiente norte, destaca el incremento del área potencial del pinar hacia cotas inferiores, pudiendo alcanzar en ocasiones los 400 m.s.n.m. (Santa Úrsula, Los Realejos –La Azadilla–, La Guancha, Icod, Roque de los Pinos, etc.), lo que da lugar a pinares peculiares, más ricos florísticamente por intervenir en los mismos plantas del monteverde –en los pisos termomediterráneo y mesomediterráneo subhúmedo y húmedo, en áreas con nieblas de los alisios–, o del sabinar –ya en áreas del termomediterráneo semiárido superior y seco–. En el ámbito de los pinares también destacan otros matorrales, como los escobonales (de Chamaecytisus proliferus subsp. angustifolius), preferentemente en ambientes pedregosos, y la comunidad de rosalito de cumbre (Pterocephalus lasiospermus), en general sobre lapilli, que desciende desde el dominio del retamar. Afortunadamente, en la corona forestal insular los pinares han sido particularmente favorecidos por las repoblaciones efectuadas en el siglo XX, tras la Guerra Civil.
Comienzo de las repoblaciones con pino canario en los Llanos de la Pez,
en las cumbres de Gran Canaria Debido a su escasa altitud, en La Gomera sólo existen manifestaciones aisladas de pinar natural, asociadas a afloramientos sálicos –ácidos– (Roques de Garabato en Vallehermoso, Imada). Además, entre 1957 y 1985 se plantaron en la isla más de 2.000 Ha de pinar, empleándose sobre todo pino canario y pino insigne en las medianías y cumbres, en el dominio del monteverde, y pino carrasco en las medianías y cotas bajas, en territorio potencial del sabinar y tabaibal-cardonal. Pero, dado que muchas de estas plantaciones se sitúan en el Parque Nacional de Garajonay, desde hace algunos años se ha emprendido una paulatina y adecuada labor de erradicación.
El área potencial del pinar en La Palma, a sotavento de los alisios, se extiende en altitud a partir del piso termomediterráneo seco superior; mientras que a barlovento, por encima de la influencia de las nieblas, lo hace desde el mesomediterráneo superior (a unos 1.500 m.s.n.m.) hasta contactar con los dominios del codesar de cumbre, que se establece en el piso supramediterráneo. En la actualidad, el pinar canario constituye la principal formación forestal de la isla y, a pesar de los incendios y de su secular explotación, muestra aún antiguos núcleos con viejos ejemplares de pino, de los mejores del archipiélago. En el sector meridional, sobre materiales volcánicos recientes, quedan claramente de manifiesto la capacidad colonizadora y la gran resistencia del pino canario en estos ambientes. En los paredones del interior de la Caldera de Taburiente, viejos ejemplares de cedro canario, en situación de refugio, testimonian quizás un antiguo dominio compartido con el pinar.
Y en El Hierro, el pinar caracterizado por el pino canario, pobre florísticamente y favorecido por las repoblaciones, constituye una importante reserva forestal limitada a la vertiente sur de la isla, próxima al pueblo al que da nombre, El Pinar, donde está relativamente bien conservada a pesar de los incendios y del aprovechamientos a que ha estado sometida por el hombre. Se sitúa en los pisos termomediterráneo seco superior y mesomediterráneo seco y subhúmedo, en general fuera de la influencia de las nieblas o sólo afectada por el rebosamiento de las mismas en la vertiente meridional.
Los pinares en la toponimia canaria
Las islas Canarias son ricas en fitotopónimos, de enorme utilidad a la hora de reconstituir el área potencial de las distintas formaciones vegetales, pues todas ellas están representadas en la toponimia insular. Destaca por su protagonismo el pinar, con sus especies más significativas: el pino canario, el cedro canario, el escobón, la jara y el tomillo. También son frecuentes los topónimos que hacen referencia a los antiguos aprovechamientos del monte, sobre todo a su explotación maderera.
En la toponimia grancanaria encontramos, entre otros: Barranco del Pinar (Moya), Mesa de los Pinos (Agüimes), Cañada de las Jaras (Mogán), El Escobón (San Nicolás de Tolentino), etc. Y entre los que se refieren a los aprovechamientos: El Tablero (San Bartolomé), Montaña del Aserrador (Tejeda), Lomo del Arrastradero (San Nicolás de Tolentino), etc.
En Tenerife, son algunos de los topónimos más conocidos, de los relacionados con el pinar: El Escobonal (pueblo de Güímar), Llano de los Escobones (Santiago del Teide), El Jaral (caserío de Guía de Isora), Lomo de las Jaras (Tacoronte), Charco del Pino (pueblo de Granadilla), El Pinar (Granadilla y Arico), El Pinarete (Arafo), Lomo de los Pinos (Fasnia), Roque de los Pinos (La Laguna), etc. Y entre los que hacen referencia a la explotación maderera: El Tablado (Güímar), Cuesta de las Tablas (Candelaria), Las Tabladas (Guía de Isora); El Aserradero (Icod), Playa del Aserradero (Güímar); Camino del Arrastradero (Güímar), Galería la Arrastradera (Santiago del Teide), etc.
En la toponimia palmera, el pinar ha quedado reflejado en: El Pinar (caserío de Puntagorda), Casas del Jaral (caserío de Garafía), Lomo de los Poleos (Garafía), Montaña del Cedro (Garafía), etc. También encontramos topónimos relacionados con aprovechamientos del monte, como: Barranco de la Madera (Santa Cruz de La Palma), El Tablado (caserío de Garafía), Punta del Serradero (Puntagorda), Llano de la Leña (Tijarafe), Lomo del Carbón (Caldera de Taburiente, El Paso), Barranco del Horno (Tijarafe), etc.
En El Hierro, el topónimo más conocido es el pueblo de El Pinar, pero también se recogen otros referidos a los principales matorrales de sustitución, como El Tomillar y Jarales.
En la actualidad, se puede decir que para el conjunto de las islas el pinar canario presenta un buen estado de conservación, ciñéndose su extensión en la mayoría de los casos a la que le corresponde desde el punto de vista potencial. La explotación y los incendios reiterados en esta formación vegetal han transformado el sotobosque y el aspecto natural de sus diferentes comunidades, pero la masa arbórea, favorecida por las repoblaciones y la pirorresistencia del pino canario, persiste con gran vitalidad. Por ello, el futuro del pinar, si se mantiene su estado de conservación y no hay una alta reiteración de incendios, parece bueno, e incluso se podría ver potencialmente incrementada su área como consecuencia del calentamiento global.
Bibliografía
Para más información sobre los pinares canarios, pueden consultarse diversas publicaciones, sobre todo los cuatro libros editados por los órganos responsables de Medio Ambiente y Conservación de la Naturaleza de la Consejería de Política Territorial del Gobierno de Canarias:
- ARCO AGUILAR, M.J. del, (et al.). Atlas cartográfico de los pinares canarios: La Gomera y El Hierro. Canarias: Dirección General de Medio Ambiente y Conservación de la Naturaleza, 1990.
- ARCO AGUILAR, M.J. del, (et al.). Atlas cartográfico de los pinares canarios. II. Tenerife. Canarias: Viceconsejería de Medio Ambiente, 1992.
- ARCO, M. del, (et al.). “Bioclimatology and climatophilous vegetation of Tenerife (Canary islands)”. Annales Botanici Fennici 43(3) (2006), pp. 167-192.
- PÉREZ DE PAZ, P.L., (et al.). Atlas cartográfico de los pinares canarios. III. La Palma. Canarias: Viceconsejería de Medio Ambiente, 1994.
- PÉREZ DE PAZ, P.L. (et al.). Atlas cartográfico de los pinares canarios. IV. Gran Canaria y plantaciones de Fuerteventura y Lanzarote. Canarias: Viceconsejería de Medio Ambiente, 1994.