Tf-21: Semblanza de una carretera
Ruth Acosta Trujillo - Yasmina Encinoso García - Luis Hernández Torres
Decía Cicerón que “la caída de un árbol hace temblar la tierra”. Pues bien, la masiva caída de árboles casi centenarios que está ocasionando el macroproyecto de acondicionamiento de la Carretera de Las Cañadas desde la Orotava Tf-21, merece un detenido análisis por parte de aquellos que tengan alguna sensibilidad hacia la naturaleza y la historia de nuestra tierra.
A finales del siglo XIX y principios del XX se origina la imperiosa necesidad para La Orotava de la creación de una carretera que conectara el norte y el sur de la isla de Tenerife, y se insta por primera vez al Estado para que recoja este proyecto entre sus partidas1.
Se justificaba dicha necesidad por la ingente circulación de mercancías provenientes del sur (losas, higos, almendras...), por el incipiente fenómeno de alto nivel económico que era el turismo, por facilitar el acceso a la zona alta de la villa y por tanto a sus cultivos, por el aprovechamiento forestal y de acuíferos, así como por la importancia de las investigaciones científicas, meteorológicas y astronómicas que históricamente se llevaban a cabo en la zona y que desembocaron, por ejemplo, en la instalación de un Observatorio Astronómico en las Cañadas del Teide.
Finalmente, allá por 1910 comenzaron a gestionarse los trámites de solicitud de la nueva carretera de las Cañadas del Teide2, también conocida como la C-821, y últimamente, como la Tf-21, la cual iría del norte (La Orotava) hasta el sur (Granadilla). Debido a la demora del inicio de las obras, Bernardo Benítez de Lugo expuso públicamente en 1918 su indignación y aludía a motivos sociales, económicos, y hasta los beneficios que para la salud pública reportaba el clima de las Cañadas, para justificar la urgencia en la finalización de las obras3. También en su discurso recogió cuán bello resultaba el camino de excursión al Teide y hacía referencia a la intención de declarar a las Cañadas del Teide, Parque Nacional, lo cual se llevó a cabo finalmente en 1954.
Dichas obras empezaron en 1918 y llegaron al Portillo antes de la Guerra Civil. Al finalizar ésta, se realizó el tramo entre el Portillo y Vilaflor, llevándose a cabo por las milicias, y terminándose las obras en 19464. El último acondicionamiento serio se realizó a finales de la década de los 70. Ya en 1987 se presentó un proyecto de acondicionamiento al Plan General de Carreteras pero nunca se llegó a realizar.
Desde su inicio y durante la existencia de esta carretera, han surgido una serie de ilustres personajes que han abogado por la belleza del medio ambiente y del entorno humano en la Villa. Hoy queremos hacer un pequeño homenaje a aquellas figuras que más entusiasmo pusieron en el embellecimiento de carreteras y lugares de La Orotava entre las que destacamos a don Francisco Dorta y Jacinto del Castillo, y a don Antonio Lugo y Massieu. El primero fue el artífice en la plantación de flores y árboles que bordean la actual carretera y que llevó a cabo con el fin de dar vida y belleza a la carretera pensando que así este entorno enriquecería la vida de visitantes y villeros. Don Antonio Lugo fue un conocido amante de la naturaleza y el donante de los árboles. Ambos procuraron, junt
con el esfuerzo de los vecinos de la zona, que el camino fuera exuberante, y que la ascensión del camino a las Cañadas resultara una agradable excursión. Hasta antes del comienzo de las obras, todavía podíamos disfrutar de una gran cantidad de castaños, pinos, palmeras, eucaliptos, árboles frutales, un viñátigo, un barbuzano (estos dos últimos, especies protegidas), y además, una gran variedad de flores. Tampoco debemos olvidar la labor de don Jorge Víctor Pérez y de su esposa doña Constanza Carnochan, que donaron árboles autóctonos (cedros principalmente) para adornar algunas de las carreteras de la época.
Con este plan se conseguía dar un aura de hermosura y elegancia a las carreteras. Una concepción romántica de los caminos y carreteras que puede atestiguar la gran cantidad de ejemplos que podíamos encontrar hasta hace muy poco en toda Canarias, muchos de los cuales ya han sucumbido bajo anodinas autopistas. Tan sólo en la isla de Tenerife, todavía podemos disfrutar del tramo de la carretera de Tacoronte a su paso por Los Naranjeros, el Camino Largo en La Laguna, la carretera de Güimar al Puertito, la misma Tf-21 en su tramo de
Vilaflor a Granadilla. Sin embargo, ya han desaparecido otros ejemplos como la carretera del Ramal en La Orotava, la Carretera del Botánico en el Puerto de La Cruz y el tramo de carretera que pasaba por la ermita de San Nicolás, que todos los villeros recordamos y que hoy yace bajo la autovía del Valle de la Orotava.
Pero este concepto de belleza relacionado con la naturaleza ya no está vigente para nuestros gobernantes. Con el nuevo macroproyecto que se está llevando a cabo en la Carretera Tf-21 de la Orotava a Aguamansa asistimos una vez mas al intento por parte de nuestros dirigentes de convencernos de que la destrucción de nuestro entorno, nuestro medio de vida y de subsistencia, equivale a progreso. Este particular sentido de progreso, ilustrado en un proyecto desproporcionado, nos lleva a un nuevo desastre ecológico que simboliza un paso más hacia el fin del entorno rural de la zona, del agonizante sector agrícola (serán destruidos 90.000 m2 de suelo productivo) y de los árboles que un día plantó nuestro vecino Francisco Dorta. Respecto a estos últimos, cabe destacar que se trata de valiosos ejemplares arbóreos, que tras la polémica levantada a mediados de los noventa por la poda excesiva de algunos ejemplares, se les castigará con la muerte por ser precisamente los más antiguos, acabando definitivamente con la memoria de nuestro conciudadano villero y con la de todos aquellos que veían en la naturaleza el bienestar en la vida de sus paisanos. Actualmente asistimos a su desahucio en el lugar donde han sido provisionalmente trasplantados: mientras unos son ya troncos sin vida, otros se muestran moribundos.
Hasta tal punto llegará el brutal aniquilamiento de la actual carretera rural y de todas las especies vegetales que la embellecen, que arrasarán con el sentido real e histórico de aquella toponimia que salpica la carretera y que nos cuenta que hubo una vez en estos lugares una vegetación tan importante e interesante que les dio nombre. Así, debemos citar para el recuerdo la zona de Los Pinos, el Camino del Sauce, La Florida, Pinolere, y tantos otros nombres que han desaparecido o desaparecerán en el olvido bajo una excavadora.
La Plataforma en Defensa de La Orotava lleva más de un año solicitando que el consistorio informe con honestidad a los ciudadanos de la Villa y a los afectados de la realidad del proyecto. También se ha solicitado que se lleve a cabo una revisión del mismo con la participación de las Administraciones Públicas y los diferentes actores sociales para la consecución de un proyecto mejor, de menor impacto y más respetuoso con el medio ambiente y con los habitantes de la zona, pero nos hemos encontrado con multitud de trabas por parte de la Administración. Al fin y al cabo, todos queremos una carretera más cómoda y segura, pero algunos la queremos más humanizada, no sólo para vehículos, sino también para los propietarios de los mismos, para los vecinos y los peatones. La mejora de la carretera no debe implicar que no pueda realizarse una vía bella y armoniosa con el medio, una carretera digna que nos conduzca a la maravilla del Parque Nacional de Las Cañadas del Teide
Uno de los argumentos que se han dado para justificar la tala de estos valiosos ejemplares arbóreos ha sido su supuesta peligrosidad para la circulación de coches. Desde la Plataforma se opina que mientras se apliquen los medios de protección como vallas o cualquier otro artefacto que los técnicos vean apropiados, los árboles podrán seguir adornando en este caso las futuras aceras que se instalen en este camino de ascensión a Las Cañadas.
Se pretende llevar a cabo una mejora para, según dicen, hacer una carretera “más cómoda y segura”. Con respecto a la seguridad hay que destacar que en la actualidad el índice de accidentes es muy reducido. Sin embargo, con la nueva y ampliada carretera se podrá aumentar considerablemente la velocidad y por lo tanto la accidentalidad y mortalidad. Cuando las administraciones públicas se percaten de este problema llevarán a cabo las intervenciones que han seguido en otras vías del pueblo (carretera de La Luz) y llenarán la calzada de sus famosos “guardias muertos”, lo cual echará por tierra la supuesta comodidad de la nueva vía.
Nos abordan tal número de preguntas respecto a los impedimentos puestos a los vecinos y a la plataforma para acceder a la información, que nos cuestionamos cuáles son los verdaderos intereses encerrados en este proyecto, ¿es que acaso ya hay intenciones por ejemplo de urbanizar los márgenes de la carretera, gracias a las recalificaciones de terrenos, especulando de esta manera con nuestro pueblo?¿Cuál es el motivo real de tanto oscurantismo y dictatorial imposición? Es triste comprobar cómo las carreteras que antes se realizaban para facilitar el acceso a las zonas de cultivo, en la actualidad se llevan a cabo con el fin de especular y urbanizar nuestras tierras.
Con el inicio de las obras y la consiguiente desaparición del paraje del Recodo, muchos orotavenses han abierto los ojos ante la destrucción de nuestro pueblo. Era un lugar de altísimo valor sentimental, un lugar de frontera entre el pueblo y el campo al que familias enteras iban de merienda y los chiquillos iban de excursión en pandilla. Era un lugar bucólico a donde se iba a “enamorar”. Con la destrucción de este lugar se ha acabado de un plumazo con algunos de los recuerdos más queridos de muchos villeros, con la nostalgia de tiempos felices.
Es muy fácil evocar los viajes
de científicos como Humboldt y Feuillée cuando hablamos del valor que
históricamente se ha dado a los caminos y la vegetación del valle de la Orotava.
Pero hoy nos gustaría recordar a todos aquellos medianeros y medianeras que
vivían en sus pajares y se encargaban de dar a nuestro pueblo el alimento, a
aquellos que recogían la pinocha y llevaban a cabo el aprovechamiento de
nuestros montes, aquellos que bajaban el hielo de los neveros de las Cañadas
para hacer helados y conservar los alimentos, aquellos que hacían el largo
camino desde el sur para traer al Valle higos picos, higos pasados y almendras,
para cambiarlos por los frutos de nuestro norte, aquellos que disfrutaban de
domingos en familia en El Recodo. Todos ellos eran los que convivían con la
carretera, los que observaban cómo los retoños plantados por Francisco Dorta, y
donados por Antonio Lugo y Massieu se hacian robustos, alimentados por los
alisios y por el trasiego de los frutos de la tierra. A ellos dedicamos este
recuerdo.