El Lugar de Gracia, su ermita y la finca Estévanez
Dedicado a Francisco e Isabel Borges Estévanez,
con mucha disponibilidad
y cariño nos atendieron durante la preparación de este artículo.
Mª Lourdes Martín Hernández
Licenciada en Geografía e Historia
Como sabemos, el municipio de La Laguna posee numerosos puntos de especial interés y relevancia. Entre ellos el barrio
de Gracia que, ocupando a lo largo del tiempo un lugar destacado, se ha constituido como uno de los bastiones históricos más
importantes del término, incluso de nuestra Isla. Su propio paisaje, su ermita, vinculada a ciertos pasajes de la conquista
de Tenerife, y las diferentes casonas que aquí se
asientan
1, constituyen parte importante de este sitio. Entre estas últimas
destacaremos la actualmente deshabitada “Finca Estévanez”. Tampoco podemos olvidar los importantes inmuebles que, contemporáneamente, cerca de aquí se han levantado. Entre ellos el Museo de las Ciencias y el Cosmos o los edificios que componen el “Campus de Guajara”, que para algunos debía conocerse como “Campus de Gracia”.
Aunque se consideraba antiguamente como parte del barrio de Geneto, existe con entidad propia desde antiguo, aunque, realmente, su mayor ocupación, sobre todo en la zona conocida como Lomo Guirre, se produce tras la Guerra Civil, más concretamente durante los años 40 del pasado siglo. Comparte la característica, junto a otros barrios nacidos a lo largo de la carretera general que va a la capital, de haber crecido en los alrededores a un
cruce de caminos
2. Hacia 1865 contaba el asentamiento con unas nueve casas de las cuales dos eran sobradas (de más de una planta), existiendo, igualmente, una choza. En 1920 existe un pequeño foco poblacional que va experimentando un crecimiento cada vez mayor, sobre todo a partir de los citados años 40, jugando un importante papel la autoconstrucción.
Ubicado al sur de este término municipal, el lugar de Gracia presenta en la actualidad un paisaje muy diferente al que encon-traron los conquistadores en su momento, también al que vieron los viajeros de finales del XIX y del que se conserva alguna imagen visual; incluso, del de mediados de los años cincuenta hasta la actualidad. En 1956 Domingo Marrero Cabrera se refería a él de la siguiente manera: “Místico y recoleto es este histórico lugar, al que se accede por pino y estrecho caminillo que arranca desde la carretera, en la actualidad aprisionado por altos murallones que aprisionan la ermita y la antigua plazuela, encalada de blanco
y azul
3”. Ya para entonces, este sitio había perdido parte de su tan exaltado “primitivo encanto”, sobre todo su construcción más significativa, la propia ermita. No podemos olvidar que, desde 1929, “(...), se desfiguró su entorno más inmediato y, también, posteriormente se produjo la construcción del convento de las monjas y el internado. Con las nuevas construcciones desapareció el balcón canario que “remataba la cabecera de la capilla”. Para entonces habían desaparecido, además, los muros almenados, la plaza y el pozo. El conjunto fue cerrado por enormes muros “que han dificultado enormemente la vista de este histórico monumento, importante jalón de la conquista de Canarias, a su paso por
el lugar”
4.
En cuanto al paisaje natural que la rodeaba, cambiaría más radicalmente algo más tarde. Así
Isabel Borges Estévanez
5 lo recuerda como un auténtico “vergel”. Por los barrancos de la zona, como en otros tantos de nuestra geografía, corría el agua limpia utilizada para distintos fines, incluido el ocio. Las huertas sembradas de productos para el autoconsumo de los hogares y los campos de cereales eran dominantes. Higueras, almendros y retamas (usadas en las alfombras del Corpus lagunero) se encontraban frecuentemente en el lugar.
Una de las fuentes más importantes que nos pueden indicar cómo fue éste en el pasado se encuentra en la propia ermita. Allí se hallan colgados
cuatro de los diez cuadros
6 que
componían la serie pintada con la intención de representar los milagros de la Virgen de Gracia
7. A través de ellos podemos hacernos una idea de este
paisaje en el siglo XVIII. Para conocer el entorno de la ermita, que aparece en todos los óleos, se hace necesario recurrir al tercero de los
mismos. Para Mª Jesús Riquelme: “El tercer cuadro, por su temática, nos da a conocer mejor el entorno de la ermita, con las casas que la
rodeaban, entonces y en primer plano, una ingenua y devota representación de unos campesinos de este lugar. (....). Las casas y la ermita,
que componen el resto de la escena, son encaladas de blanco y techadas por tejas rojizas”
8.
Destaca en el sitio de Gracia
9 por su orografía abrupta con algunos barrancos (Clavellina, Margallo, barranquillo del Gomero), y lomas, entre
las que sobresale especialmente, como ya explicamos, el lomo Guirre por su ocupación. Tampoco podemos olvidar la elevada pendiente que desde
Santa Cruz arranca para así trazar el camino hasta La Laguna, hecho que ha dado pie a algunas de las descripciones más conocidas de este
sitio. Entre ellas la de Coquet, incluida, hace algunos años, en el libro de Carmelo Vega La Laguna: Paisajes de Identidad, y que dice así:
“Se ve (...), toda la cuesta que acabamos de subir; la vista es magnífica. Dominamos literalmente el campo y la bahía de Santa Cruz; la ciudad
parece una pequeña mancha blanca (...)”
10. Gracia aparece, entonces, como un hermoso mirador natural desde el que se divisa el camino recién recorrido, la costa e, incluso, la isla de Gran Canaria. Un observatorio a partir del cual Isabel Meade de Murphy pudo experimentar el ataque de Nelson a
la Isla
11, del mismo modo que también repararía en el tráfico de personas y animales que desde la ahora capital de la Isla subían a la “meseta” y, por supuesto, al contrario.
La ermita, primer oteadero arquitectónico levantado en el lugar, cuya inicial construcción es posterior a 1497, ha conocido numerosas obras de reconstrucción y remozamiento a lo largo del tiempo, entre ellas la obra de su campanario, que data 1673. El inmueble poseyó en el pasado un destacado papel en la gente del lugar y de La Laguna. Afirma, la ya citada Mª Jesús Riquelme Pérez, que esta edificación se bendijo en el año 1528 teniendo una existencia bastante dinámica a partir de entonces: “(...), fue la primera construcción realizada en piedra, incluso hay quienes la suponen la primera construcción de La Laguna, o que fue concluida al mismo tiempo que la iglesia de Santiago del
Realejo Alto”
12. Ella misma, en su escrito sobre la ermita, habla de varias etapas de levantamiento y reedificación o reparación de la misma. Así, cuenta la existencia de un segundo alzamiento a causa de su precaria situación en la tercera década del siglo XVI, así como de la fábrica de la capilla y la sacristía a comienzos del siglo XVIII. Además, consta la existencia de nuevos arreglos. Incluso después, en el siglo XIX, se continúan efectuando obras (empedrado de la cocina, reparación del tejado y muros de la plaza, alveado de la ermita, etc.), algunas de ellas ejecutadas a causa de desmanes provocados por temporales. Así llegamos hasta el siglo XX, en el que se llevan a cabo los trabajos citados más arriba por y para las hermanas Oblatas, acaeciendo el derrumbamiento de elementos tan emblemáticos como su balcón. Debía ser un inmueble de dimensiones más o menos destacadas, de varias dependencias anejas a la propia zona dedicada al culto, contando con un espacio exterior con unos elementos que le conferían un carácter especial, en gran parte perdido tras esas últimas obras ahora
citadas
13.
En este recinto, cuya función era principalmente religiosa, se darían reu-niones de tipo civil. No podemos olvidar que allí, como nos relatan, entre otros,
Leoncio Rodríguez
14,
Marrero Cabrera
15 o,
más recientemente en el tiempo, Marcos Guimerá Peraza
16, se encontraban algunos personajes relevantes de
nuestra Isla para celebrar la conocida como “Tertulia de Gracia”. El protagonismo de estas veladas pudo incrementarse en el lugar a causa de la labor desempeñada por los Estévanez, ya que su casa se encontraba haciendo frente a la ermita. “...Patricio fue el más vinculado al acontecer histórico-artístico de este templo, por ser el que vivió siempre en este lugar, nombrado mayordomo de la ermita, sus hijas durante este tiempo atendieron con esmero el cuidado de la
misma”
17. Nos cuenta también Mª Jesús Riquelme que la familia Estévanez permaneció como mayordoma de la ermita hasta prácticamente la década de los treinta del siglo XX, ayudando a su
preservación
18.
Esta familia ha dejado una impronta muy marcada en el lugar, así como en la historia de nuestro
Archipiélago
19. Su vivienda,
fue fundada por un miembro de la familia Meade en
1735
20, según consta
inscrita en la fachada que da a la carretera general, y se consideró para los miembros de esta familia,
con ascendencia también andaluza, como la casa familiar
21.
Para los hermanos Estévanez esta casona se convertiría en el hogar alrededor del cual
giraría toda su vida, dentro y fuera de las propias Islas. En las memorias de don Patricio podemos alcanzar a leer: “Proseguí como
inconsciente mi camino; ya oscureciendo llegué a Gracia, nuestra vieja casa de Gracia, en la que tan felices días había pasado en unión de
los seres queridos, muertos casi todos y separado del último que me quedaba y no tuve valor para detenerme; sin mirar siquiera tomé el
trozo de carretera que rodea la ermita, y, silencioso encaminé mis pasos a la casa de huéspedes que se me había señalado para seguir mis
estudios en el Instituto”
22.
Según nos ha contado uno de sus actuales dueños, don Francisco Borges Estévanez, en una entrevista recientemente
realizada
23,
la casa, de dos plantas
24,
posee unas dimensiones cercanas a los 500 m2, a los que hay que añadir los que poseía
la finca
25. Según él, la totalidad del inmueble
fue construido en tres fases. En la primera, se edificó un cuerpo alargado con planta rectangular en cuya cabecera se ubica la balconada
cubierta que la caracteriza exteriormente y que, en su interior, funciona también a modo de galería de paso, ya que conecta esta parte con las habitaciones del último módulo levantado. En la segunda, otro cuerpo igualmente con forma rectangular, aunque de menores dimensiones, que se dispone perpendicularmente al recientemente descrito. La tercera, corresponde a la construcción del bloque más reciente. Pensamos que éste último pudo haber sido construido a lo largo del siglo XIX por no poseer la cubierta tradicional a dos o cuatro aguas que sí tienen los otros dos, sino por tener cubierta con azotea. Éste se conecta, como ya avanzamos, con la parte más antigua pero no con la levantada en segundo lugar. De este modo, todos ellos se ordenan formado una planta que se aproxima a una U, con un espacio central empedrado, al que dan una serie de corredores de madera con ventanas, que proporcionan luz a las habitaciones del interior de las partes más antiguas. En la planta alta hay un total de nueve cuartos (cinco dormitorios, un baño y cocina con despensa), en la baja hay siete más (cuatro salones con diferentes funciones, una sala baja, una pequeña cocina y un baño); asimismo, cuenta con una cuadra que conserva su viejo adoquinado. En esta primera planta ubicó en su momento Patricio Estévanez una pequeña escuela privada a la que consideró entonces como lo más importante de la casa.
Salvo en el caso de las salas, las habitaciones de arriba y abajo no se corresponden espacialmente. En general, se trata de un conjunto que conserva, aunque no en buen estado, las características propias y los elementos típicos de nuestra arquitectura tradicional. Por esta razón sería meritoria su restauración de cara a un futuro disfrute de ésta por parte del pueblo.
Junto a la casa, y del lado de la carretera general que baja desde La Laguna, se construyó una nueva edificación en la primera mitad del siglo XX. Ésta sirvió de estudio a Francisco
Borges Salas
26 y, en la actualidad, es la vivienda en la que mora don Francisco. A partir de entonces, la misma conoció su declive más marcado. El advenimiento de la guerra civil, los registros efectuados en la casa por parte de miembros de la falange y el acoso al que se vio sometido el pintor, hizo que la casa fuese abandonada a causa de su emigración a Venezuela. Desde entonces, el inmueble ha sido sometido en varias ocasiones a numerosos expolios, sobre todo de su patrimonio mobiliario.
La vivienda, en su interior -que no hemos podido visitar como consecuencia de las malas condiciones en que se encuentra- contaba, con gran número de pinturas y material literario, del que todavía queda muestra, pues hoy día se encuentra en manos de Isabel Borges. En marzo de 1929 Roger Luis, en una entrevista realizada a don Patricio contaba: “El Señor Estévanez nos muestra en primer término, el museo de pintura de su sala; una antigua sala de toscos artesonados, cuyas paredes háyanse cubiertas de cuadros de retratos de familia, entre los que figura la galería completa de la ilustre progenie de los Murphy (...). Allí hay lienzos de todos los pintores isleños, de Valentín Sanz,
González Méndez
27,
Verdugo, don Eduardo Rodríguez, Ángel Romero, Diego Crosa, Juan Botas, y en una palabra, de cuantos pintores, viejos y nuevos,
maestros y medianías, se conocen en esta tierra; todos ellos con una expresiva dedicatoria para
don Patricio”
28. En la actualidad estas pinturas y otras muchas se encuentran en poder de la antes mencionada Isabel Borges. Ella misma nos contó cómo fueron empacadas por su propio padre, Francisco Borges, en el momento de su viaje a Venezuela, el cual realizó un contenedor específico para su transporte y mejor conservación. Así, de la misma forma, regresaron a las Islas durante el retorno a Tenerife .
Todo lo dicho anteriormente dota a la contrucción de gran importancia. Valor que se une al propiamente arquitectónico ya especificado. Su validez representativa está suficientemente justificada, tanto en sí misma como por el lugar en el que se ubica, hecho que arranca desde el propio momento de la conquista de Tenerife. Tanto los fundadores de la casona, como su estirpe ostentan un destacado puesto en la historia de nuestra Isla, del Archipiélago, e incluso, de nuestro país. No podemos olvidar que Nicolás Estévanez fue Ministro de la Guerra en 1873, durante la Primera República, y que en este lugar moró durante algún tiempo Leopoldo
O’Donnell
29. Al mismo tiempo,
sus antiguos herederos gozan de un respetable sitio en nuestra historia literaria reciente. Dentro del movimiento romántico, aunque
tardío, se encuadra la obra de Diego Estévanez. Patricio y Nicolás jugaron una marcada labor en nuestra cultura. Ya en 1923 Francisco
González Díaz hablaba del primero como de un hombre símbolo: “Símbolo, porque cuando se quiere representar el gran pasado superviviente, se menciona al hombre que está en Gracia... y en gracia de todos. (...). La lealtad, la firmeza de convicciones, la abnegación, el espíritu de sacrificio, el punto de honor, el sentimiento del bien
le asisten”
30. Patricio, como sabemos, fue el fundador de las revistas “La Ilustración de Canarias”, “Arte y Letras”, y del periódico “Diario de Tenerife”. Igualmente, impulsó la publicación de la colección de versos de su hermano Nicolás en el libro: Musa canaria. A través de él, un elemento, desde ese momento emblemático, se incorpora con fuerza al ya poseído por la casa y sus moradores. Hablamos de su famoso y
polémico almendro
31, al que ya con anterioridad su hermano Diego había introducido en sus versos. Su inclusión en el tan conocido poema “Canarias” le llevó a ser la cabeza del movimiento regionalista en Tenerife, cuyo origen se data a partir de entonces, como relata Sebastián
Padrón Acosta
32. El almendro fue transmutado en un mito, convirtiéndose en el protagonista de algunas representaciones pictóricas, entre las que destaca la famosa de Crosa. Hoy día es un árbol muerto en el jardín de la casa, no puede ofrecer la dulce, fresca e inolvidable sombra de la que habló Nicolás. Ya nos contaba Leoncio Rodríguez en su libro Los árboles históricos y tradicionales de Canarias, que su tronco se encontraba carcomido y sus ramas, débiles, apenas sostenían unas pocas hojas. Sin embargo, en el jardín, ahora en parte amenazado por las obras de ampliación de la carretera general, se yerguen otros hermosos ejemplares de almendro, tal vez hijos del original, ya mencionado en los documentos de Isabel Power y Meade durante el siglo XVIII.
Goza también la casona de un papel relevante, simbólicamente hablando, en la historia del turismo de nuestras Islas. La vieja edificación sirvió de “fonda” a Berthelot, Coquet, Vicente Blasco Ibáñez, etc.
Así, por
todo lo dicho ahora, no resulta descabellada la idea de transformar el edificio
en una casa-mueso, de hecho ya existen otras iniciativas de este estilo
funcionando en nuestras Islas. En lo que se refiere a este caso no es nueva la
idea
33. Desde hace algunos años ya se maneja este pensamiento y, aunque hasta la
actualidad no se ha confirmado nada, en prensa han aparecido titulares como el
siguiente: “La emblemática Casa Estévanez se conservará para convertirla en
museo”
34. Tampoco debe resultar desdeñada la disponibilidad existente por parte de
la familia para que esta idea se lleve a cabo. Su apego a esta casa es tan
evidente que no desean su destrucción. El afecto de esta familia por sus
antepasados y por todo aquello que se vincula con la cultura isleña no es nuevo,
tampoco su valoración de la arquitectura tradicional. Les resultaría un hecho
desastroso la pérdida definitiva de la misma, pues cuentan con que algún día el
pueblo conozca realmente quién fue su familia y se pueda disfrutar públicamente
de toda la información que ahora ellos disponen privadamente. El rastro dejado
en nuestra historia por los Murphy, los Power, los Meade o los Estevévanez es lo
suficientemente relevante para que no caiga en el olvido. Los ciudadanos de
estas Islas tenemos el derecho y el deber de conocer nuestra historia, más aún
cuando tenemos una gran oportunidad en nuestras manos. ¿Podremos verlo pronto en
funcionamiento?