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Canarias
Una retrospectiva
“Creo que no existe ninguna otra región de España tan rica en plantas auctóctonas y tan diversa en expresiones de su vegetación como las Islas Canarias. (…)
También y lamentablemente, en este paraíso vegetal queda mucho por hacer en el aspecto concreto de su conservación. Esta riqueza de formas y colores es, en ocasiones, mas apreciada por los visitantes de las islas que por los propios nativos. Hay necesidad y obligación de preservar esta naturaleza como si fuera una herencia personal de todos y de cada uno de sus habitantes. Mucho se ha destruido por incuria o ignorancia. Por ello es más urgente y necesario la conservación de lo que queda. No hay paraíso sin sombra. (…)”
Günther Kunkel
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Günther Kunkel
Fue en 1952, más exactamente el 14 de Mayo de aquel año, cuando el M/N “Sestriere”, barco italiano en camino a Buenos Aires, amarró en el Puerto de La Luz.
Las Palmas me pareció una ciudad mediana, y en su puerto se me iba el tiempo sin encontrar un coche. Tomé el tranvía, un “aparato algo vibrante” pasando por una verdadera “Ciudad Jardín”, con sus palmeras y el Hotel Santa Catalina, para aterrizar en la calle Triana, dentro del casco viejo y, sin duda, en la aglomeración histórica de esta capital. Esta fue mi primera visita, además turística, a Canarias.
Caminando, me impresionaron los perros “petrificados” de la Plaza Santa Ana, y el verdor tan diverso del Parque San Telmo. Después de unas tapitas sabrosas, regresé caminando entre Las Palmas y sus laderas, siguiendo una especie de carretera que posteriormente se convirtió en el actual Paseo de Chil: una vista hermosa abrazando edificios y jardines, un puerto con pocos barcos, y una isleta aparentemente desprovista de vegetación pero acotada por agua azul – fue un recuerdo agradable y persistente.
También recuerdo que alguien, un hombre con gestos y más palabras, me quiso vender estos terrenos no edificados, por dólares entendí. Pero como no tenía dólares y, además, debía volver a mi barco -quizás y por suerte- se perdió una gran oportunidad de mi vida. Algo parecido me ocurrió pocos años más tarde estando sentado en una montañeta casi en plena selva amazónica.
…Volviendo al barco, a mi plato de auténticos espaguetis y a un vaso de Chianti, tuve la suerte de que la señora sentada enfrente pidió mi vaso de agua a cambio de su vino. Y así ocurrió, a bordo de este barco italiano en ruta a Sudamérica, mi “Gran Universidad”. Fue en 1952, como dije antes.
La segunda vez que visité Canarias fue en abril de 1963. Acompañado por Mary Anne, compañera y esposa (...“encontrado” y casado en el Perú). Esta vez fue un descanso turístico verdadero, después de dos años de expediciones e investigaciones en Liberia, país donde había nacido nuestro hijo. Esta vez en camino hacia Europa, interrumpiendo el viaje durante casi tres semanas, conociendo una gran parte de Gran Canaria, y explorando pequeñas extensiones de La Palma y de Tenerife. Visitando pinares y obteniendo primeras impresiones de la Laurisilva canaria, de los retamares de las islas y algunos paisajes del litoral, sin olvidar las formaciones elevadas, sobre todo las de Las Cañadas del Teide, con sus vistas y alrededores inolvidables. También visitamos el renombrado Jardín Botánico de la Orotava, donde conocimos a Eric R. Sventenius, durante unas horas muy instructivas, muy agradables.
Y así, teniendo ya contactos con los paisajes, su vegetación, y hasta con algunos de sus habitantes, cuando dejamos el archipiélago no solamente llevábamos con nosotros buenos recuerdos, sino hasta ya unos primeros notables sentimientos de nostalgia.
Y resulta que, después de numerosos viajes, sobre todo por Europa Central y del Norte, de visitas y conferencias, de promesas y hasta algunas decepciones, en junio de 1964 me encontré nuevamente en Canarias, esta vez en busca de un sitio donde residir, un apartamento o una casita, lo que no fue fácil, porque en aquellos años las ofertas respectivas eran contadas. En el Sur de Gran Canaria (si la memoria no me engaña), había un faro, unas chabolas y pequeños pueblos de pescadores, aunque varias laderas ya estaban marcadas por líneas blancas, señalando proyectadas urbanizaciones. Fueron semanas dando vueltas y buscando, preguntando, esperando, y …desilusionado, hasta que casi en la tarde de mi último día en la isla me enseñaron una casa en Tafira Alta.
Dejando el asunto en manos de nuevos amigos, volví hacia Inglaterra para confesar a mi familia que me había convertido en un “neo-canario”. Se preparó cajas y maletas, se visitó maestros y familiares en varios países, y fuimos (volvimos) a Canarias. Era en agosto de 1964 y sin tener una idea acerca de los quizás irracionales próximos pasos.
Así fue como comenzó nuestra odisea canaria que duró trece años. Aunque a veces nos parece que sólo estamos de viaje…
(Vélez–Rubio, Almería, enero de 2003)
En defensa de lo nuestro
Durante los últimos cien años y sin contar especies menores como insectos, por ejemplo, casi ochenta especies de animales han desaparecido de nuestro planeta terrestre, de forma irrebatible, irrevocable, irrecuperable a todas luces. Durante los últimos cien años, más de cien especies de plantas mayores han sido destruidas en acción directa o por causa de intervenciones en el medio ambiente. Igualmente de forma irrevocable e irrecuperable, desaparecieron para siempre. Es decir, que cada año se ha liquidado por lo menos dos especies de la multitud de formas de vida de nuestra tierra. El mundo, sin embargo, sigue rodando, indiferente, aparentemente sin notificar tales pérdidas. Y el hombre sigue aumentando en número.
Miles de otras especies –plantas y animales- se encuentran en peligro de ser exterminadas, y el propio hombre, sin darse cuenta, se acerca a un límite crítico: contra la naturaleza, y hacia un mundo artificial pero dudoso en cuanto a su perdurar, o con la naturaleza, respetando las leyes de esta comunidad y con la garantía de vigor y estabilidad.
El hombre, dentro del Gran Reino de la Naturaleza, es el único miembro de inteligencia sobresaliente y es -al mismo tiempo- el único miembro capaz de destruirse a si mismo y a los demás. El hombre es el único ser que mata por el placer de matar, por diversión. Y el hombre con su inteligencia y su razón, es la esperanza. En sus manos está la decisión: Con la naturaleza o contra ella y su propia vida. ¡Contamos contigo entonces, ser humano!
Artículo que Günther Kunkel, socio fundador de ASCAN (Asociación canaria para la defensa de la naturaleza), publicó en Diario de Las Palmas el 16 de abril de 1971, donde incluía los diez preceptos para la conservación de la Naturaleza.
Si los hubiésemos practicado, otro gallo nos cantaría. (Nota del editor). Dibujos de Mary Anne Kunkel, en “Árboles y arbustos de las Islas Canarias”.
Preceptos para la conservación de la Naturaleza
-No arranques o cortes sin motivo una planta aunque esta te parezca inútil; la irreflexión puede causar la liquidación de una especie y lo que a ti te parece inútil puede interesar a otra persona.
-No mates a un animal si no te hace daño o te amenaza; el matar sin necesidad va contra los principios de tu religión y de la naturaleza.
-No cortes o tales un árbol sin plantar por lo menos dos nuevos, preferible de la misma especie; un árbol crece con suma lentitud, madura y muere cuando se acerca su hora; tu intervención, pues, puede destruir algo más que un solo árbol.
-No apliques insecticidas ni herbicidas con ligereza y sin pensar; tu acción puede causar intoxicaciones humanas, pero causará con seguridad serios trastornos en el medio ambiente.
-No deposites basuras al azar ni olvides desperdicios en el paisaje; además de la falta de civismo, tal acción es un pecado contra la naturaleza y una ofensa al sentido estético de tu prójimo.
-No contamines en modo alguno el agua ni el aire, así como el paisaje; estos elementos pertenecen a todos e imagínate que alguien nos polucionara el aire y agua de cada día…
-No introduzcas especies exóticas de plantas y animales a un nuevo ambiente sin considerar previamente las posibles consecuencias ecológicas que tal introducción puede tener; los efectos pueden ser desastrosos.
-No invadas el paisaje con construcciones que en su forma o color causan desarmonía o demuestran un mal gusto y falta de respeto al equilibrio estético.
-No causes erosión o devastación alguna; cualquier destrucción en el paisaje puede influir en tu vida y en la de tu prójimo.
-No trates a la naturaleza como si fuera tu enemiga. Tú también perteneces a esta gran comunidad y sin su frescura y equilibrio, su grandeza y su belleza, tu vida no solamente será imposible sino que alcanzará un estado absurdo: una totalidad artificial sin motivo de vida.
¡Protege la naturaleza y a todos los miembros de esta gran comunidad, a las plantas, a los animales y al paisaje, es para tu propio
bienestar y es una responsabilidad que llevas contigo, frente a tus hijos y a tu prójimo!
“NUNCA LA NATURALEZA NECESITÓ TANTA PROTECCIÓN”