He sido invitada por Rincones del Atlántico a hacer una
semblanza de Don Antonio Lugo y Massieu, a quien tuve
la suerte y el enorme privilegio
de conocer y la oportunidad de compartir
con él vivencias entrañables.
Muchas son las virtudes que adornaban
la vital y arrolladora personalidad de Don
Antonio, de las que destacaría tres:
- Su Amor por la Naturaleza.
- Su Lucha contra la Ignorancia.
- Su Sensibilidad Social y su Sentido Ético
de la Vida.
Cuando a principios del siglo XX la
defensa de la Naturaleza y del medio rural
era algo extraño y hasta de “ilusos”, Don
Antonio editó y financió la Revista “EL
CAMPO”, periódico propagandista del
arbolado y las prácticas agrícolas. Era una
revista con consejos y opiniones de gran
rigor científico y con “recetas” válidas y
fáciles de aplicar para nuestro hombre de
la tierra. También encontramos en ella
noticias de interés histórico, estudios de nuestra flora, poemas, etc.,
llevando siempre un mensaje de amor, de hidalguía y perseverancia
a todo aquel que la leyera.
Para Don Antonio ser “Un Apóstol del
Árbol” o que las flores invadieran el paisaje
no era (y es) - desde el punto de
vista estético y ecológico, y sobre todo,
ético - sólo aconsejable y necesario sino
imprescindible. Un acto de comunión de
los seres humanos con la tierra en la que
viven y desarrollan su actividad.
Plantar árboles era (y es) un acto de justicia
con el medio ambiente y la consecuencia
del nivel cultural de un pueblo.
Según sus palabras: “Canarias es la tierra
de promisión de todas las flores y debería
convertirse en un Museo Universal de
árboles y plantas”.
Esa pasión por los árboles, por la Naturaleza,
le lleva a plantar él mismo, con la
ayuda de su chófer, docenas de árboles
en las cunetas de las carreteras de nuestro
Valle de la Orotava, y a convertir sus fincas privadas en auténticos
viveros públicos.
Para Don Antonio la Ignorancia era la más nociva de las lacras
sociales y la consideraba culpable del atraso de los pueblos.
La extraordinaria Biblioteca que poseía
era otra de sus pasiones y sentía un gran
placer en enseñarla a sus amigos, siendo
también un importante centro de estudios
e investigaciones.
Era un ciudadano de vasta cultura y un
gran conversador, con una personalidad
tan alegre y atrayente que siempre se le
recuerda rodeado de personas ansiosas
de escuchar sus sabias palabras.
No entendía cómo las Instituciones no
dedicaban más recursos para adecuar
tanto el espacio como los fondos de las
Bibliotecas públicas, pues era consciente
de que la lectura y el estudio forjan el
espíritu de los ciudadanos, haciéndolos
más tolerantes, prudentes y humildes,
preparándolos mejor para los avatares de
la vida.
Otra gran virtud que destacaría en Don
Antonio era su sensibilidad social y su
profundo sentido ético de la vida.
Durante su larga y fecunda existencia
tuvo que sufrir momentos muy difíciles y nunca le faltó valor para
enfrentarse social y políticamente a quienes no se ajustaban a la
ética y al humanismo. Don Antonio era uno de esos seres humanos
que llegan a remontar todos los parcialismos dogmáticos, a ablandar
las durezas conceptuales y a superar
los resentimientos que producen las
fricciones con el mundo circundante.
Don Antonio era la juventud eterna
materializada en su carácter y en su
optimismo. “Mi cabello está blanco de
tanto amar, pero mi espíritu es eternamente
joven” solía decir, y era verdad,
pues siendo tantos sus años accionaba
con movimientos rápidos y seguros.
La mirada vivaz y penetrante. En su
hermosa cabeza una abundante melena
romántica e inquieta. Su cuerpo siempre
erguido y dinámico, sin jactancias
inútiles, sino con sencilla y elegante
naturalidad.
Él (y me refiero a mi abuelo Antonio)
-que tanto amó el campo y para quien
los árboles fueron una de sus grandes
pasiones... Él -que “sembró a todos los
vientos” semillas de gratitud y esperanza
en la vida- se alegrará al comprobar que
su labor no ha sido en vano.