Al volver de la expedición de los Tilos nos encontramos
a otro gran Morales, al poeta inspiradísimo don Tomás
Morales, a uno de los más ilustres
de la generación actual española. Viene
a nuestro encuentro caballero en yegua
y trae como lanza una fusta que por ser
regalo de dama bella e ilustre tiene para él
precio inestimable. La fusta de Morales,
manejada por él cuando recita a modo de
tirso del dios Baco, el dios de la alegría,
de la danza y del teatro, posee singulares
y misteriosos simbolismos.
Por otro lado han llegado también a la
morada de Doramas los ilustres caballeros
D. Ambrosio Hurtado de Mendoza,
D. Juan Melo y D. Antonio Artiles. Ya está
completa la selecta compañía. Ya seremos
desde la hora de almorzar quince
comensales.
¡Y qué almuerzos y qué comidas! Aquellos son banquetes pantagruélicos.
En la montaña, en plena montaña, la mesa está adornada
de flores bellísimas y nos sirven mets exquisitos como en
un hotel de New York o de Londres, y corre el champagne
brindando al jubilo, a la alegría y a los largos discursos. No
se pueden realizar más peregrinos portentos que les realiza la
encantadora castellana de aquel castillo encantado. Dña. Eloísa
del Hoyo, esposa de D. Francisco Delgado, es acreedora a nuestra
gratitud profunda y perdurable.
De sobremesa y luego en la terraza de la casa de Doramas, se
hace literatura, como diríamos en galiparla. Nos incita a ello
el saboreo de la espléndida comida y también de los tabacos
habanos que nos ha regalado el administrador de la finca, el
muy simpático D. Antonio Almeida. Y allí, Luis Millares, de
grandísimo talento, de superior
talento, contándonos cosas, nos
convierte las horas en minutos.
Y allí Tomás Morales, admirable
poeta y admirable declamador
de versos, nos recita versos
suyos. Máximos, Adorables, y lo
pongo en mayúscula para expresar
algo de mi entusiasmo sincero
y profundo. Su obra de
gran poeta es definitiva. Pruébalo
recitando Britania máxima,
Tarde en la selva -dedicado este
último a los hermanos Millares-
y otras muchas y muchas
composiciones. Y luego Tomás
Morales, inagotable como su
musa, nos deleita y plasma recitando Marcha Triunfal de Rubén
Darío, y poesías de Salvador Rueda, de Villaespesa, de Jiménez,
de Machado, de Verlaine, de Guerra
Junqueiro...
Y en este rincón del mundo, incomunicados
con el mundo, evocamos toda
la literatura contemporánea. Admiramos
la Santa Poesía, lo único que merece en
el mundo el nombre de santo que es el
arte, que es el genio de la vida.
La soledad de la montaña, la augusta
majestad de la montaña, es por sí tema
de poesía. Los árboles, los pájaros y hasta
las piedras del monte, dicen que Naturaleza
es bella, proclaman el júbilo de vivir,
hallan deleite hasta en el dolor, y alegría
hasta en la muerte, porque en parte
alguna se ofrece el testimonio inmortal
de la renovación eterna del universo, del
colosal ayuntamiento de la Materia y de la Fuerza. ¡Vivir! Como
primitivos viven con toda la intensa rusticidad de sus pasiones
esos montañeses y montañesas que pasan por esas alturas, por
caminos de cabras selváticas, llenando el aire con sus canciones
y con sus cohetes voladores. El eco de su estampido retumba
como trueno en las montañas. Es el fuego, la primera invención
del Hombre que tras de alumbrar el hogar se lleva triunfante al
firmamento. Un dios le robó al cielo y humanos que como los
divinos viven, al cielo lo devuelven...
Las Palmas de Gran Canaria, 9 de septiembre de 1909. Bombonera
I, Hemeroteca Casa-Museo Tomás Morales.
MOROTE GREUS, Luis: La tierra de los guanartemes. Paul Olendorff,
París, 1910.