La destrucción del patrimonio arquitectónico José Rogelio Buendía Muñoz [...] Son tres grandes periodos los fundamentales en la arquitectura canaria. Primero, el estilo que pudiera llamarse "atlántico" floreciente desde los siglos dieciséis al dieciocho, y relacionado con Portugal, andalucía e Iberoamérica. Segundo, un delicado neoclasicismo que dura hasta el segundo tercio del siglo pasado. Por último, la eclosión modernista insular que evoluciona hasta fusionarse con el racionalismo de los años 20. Esta última expresión arquitectónica, al contrario de lo que ocurre en la península, perdurará durante la guerra civil, gracias a arquitectos como Fernández de la Torre, en Gran Canaria, y marrero Regalado, en Tenerife.
La nefasta idea imperial y la especulación del suelo Mas los tentáculos de la arquitectura imperial van ocupando la construcción de los edificios oficiales. Así, Pisaca, autor del Gobierno Civil, de la fachada de la universidad y de la Caja de ahorros, cubre Santa Cruz y sus aledaños de pequeños escoriales. El ya citado Fernández de la Torre, impulsado por la Sección Femenina y con la colaboración de su hermano, el pintor Néstor, construirá dentro de un estilo con visos de autonomía -el neocanario- el meloso Pueblo Canario de las Palmas. Este revival será especialmente cultivado en Tenerife por Tomás Machado, con mejor fortuna que cualquiera de sus imitadores.
Junto con el castellanismo, serán los pseudoestilos folklóricos los que se impondrán en la arquitectura española después de 1945. Así se llega a realizar en Tenerife el hotel Mencey, con formas andaluzas al estilo del María Cristina de Sevilla.
España entera se viste, como decía una canción de entonces, "
de un vestido cuajao de lunares"; eso sí, siempre sin olvidar el emblema de FET y de las JONS.
Personalmente, no estoy en contra del neocanario ni de ningún "neo". Estoy contra de todo lo que es malo. Y esto, tristemente, es lo que ha ocurrido. Más inadmisible es todavía la destrucción de un edificio canario del siglo pasado -edificio digno- para ser sustituido por otro de cemento con balconadas y voladizos inspirados en los viejos estilos. Si se destruye, ello ha de hacerse conscientemente. Lo que de nuevo se haga ha de ser de hoy y no del pasado. ¡Basta de carnavaladas!
Al igual que sería ridículo salir a la calle vestidos a la moda de Felipe II o de Carlos III -eso ha quedado para carnavales y sus fiestas- tampoco podemos disfrazar nuestras avenidas y paseos a la moda de... Esto es lo que ocurrió durante aquellos años. La diáspora de intelectuales y artistas -consecuencia de su militancia en el otro bando- junto a problemáticas político-económicas, dieron aspecto a nuestras ciudades de guardarropías. Se actuaba casi siempre "en nombre de la prudencia". Pero como dice Maritain: "
el prudente es el gran enemigo del arte".
Además de esa falta de originalidad arquitectónica, durante aquellas décadas de los 40 y los 50 se extendió, lo mismo que por toda españa, por las islas Canarias la costumbre de construir chapuceramente. Esto agravó aún más el problema. La falta de cemento y de hierro en Canarias -menos grave en la península-, hacía que el ritmo de destrucción-construcción fuera lento -¡Gracias a dios!-, pero de nefastas consecuencias.
Pasan así casi 20 años de inmovilismo y aislamiento, cuando se sustituye paulatinamente la idea de imperio por la de desarrollo. Las vacas flacas de la economía española van engordando. El estraperlista se transforma en especulador. La especulación del suelo, uno de los negocios más rentables de la españa de los 60, repercutirá fuertemente en las Canarias, debido a una inusitada y esporádica avalancha turística. Parece como si el dorado se hubiera trasladado a las Canarias.
Tenerife La primera ciudad sacrificada al desarrollo será el Puerto de la Cruz. Su impía aniquilación se considerará en la historia como uno de los mayores crímenes isleños, ya que fue arrasado uno de los entornos urbanos de más fuerte carácter canario. Sus bellas, tradicionales y pintorescas edificaciones han sido sustituidas por rascacielos, que ponen en peligro la vida de futuros habitantes y turistas. No ha sido lógico -mucho menos prudente- construir edificaciones gigantescas en la zona activamente volcánica.
La destrucción de esta villa -Puerto de la Cruz- dio la pauta y abrió el camino a la total masacre de Tenerife. La más bella isla del archipiélago es todavía en estos momentos la que más duramente está siendo castigada. Su capital, Santa Cruz, ya no es lentamente destruida por la piqueta.
Son ahora las excavadoras -nuevos arietes- las que con avidez van arrasando el antaño delicioso conjunto urbano. Así, en los últimos diez años han desaparecido, además de antiguos palacetes como la admirable casa Hamilton, las encantadoras casitas de más de un siglo que circundaban la plaza de la iglesia de la Concepción y casi todas las nobles mansiones de La plaza de La Candelaria (cuyo triunfo rococó que le da el nombre ya no tiene razón de estar allí ubicado, puesto que hoy es ya anacrónico).
La otra señorial y pueblerina calle del Castillo es progresiva y absurdamente ensanchada, elevándose de forma desmesurada los nuevos edificios, sustitutos de los viejos y nobles; ello, inútilmente, ya que al fin ha sido convertida en simple arteria peatonal.
Personalmente, considero que la más funesta y reciente destrucción sanitaria ha sido la de la plaza del Príncipe, "
la más bella plaza romántica de España", como certeramente la definió el Marqués de Lozoya. Por suerte es todavía defendible el encantador barrio de los Hoteles, cuyas edificaciones modernistas o funcionales hacen a este conjunto excepcional, no sólo en las islas, sino en toda España (el de Gerona, declarado Conjunto Histórico-Artístico, es inferior a éste). Hoy seriamente amenazado -ya se han derribado importantes edificaciones-, debe ser salvado en su totalidad, como indica Fumagallo, suprimiendo tan sólo las pocas construcciones que carecen de interés, aunque deban ser sustituidas por otras -respetando el carácter y volumetría del barrio- que sean ejemplos de una arquitectura viva y actual. En este sentido, salvo el Colegio de Arquitectos de Santa Cruz, son escasas las obras arquitectónicas actuales que merezcan consideración en Tenerife y aun en todas las Canarias.
Otras ciudades tinerfeñas están también en peligro. Menos mal que la Comisión Provincial de Patrimonio Artístico Cultural, apoyada por el cabildo, intenta detener los atropellos. Mas éstos, a pesar de todo, suceden. No sólo con la política de derribos, sino también, lo que es peor, en las restauraciones. En cuanto a éstas, en muchas ocasiones ha sido peor el remedio que la enfermedad. Desastrosa, por cierto, ha sido la que recientemente se ha efectuado en una de las iglesias más bellas de la isla: La Concepción, de La Laguna. Como he dicho recientemente, allí "
se ha aniquilado su sentido espacial dentro del barroco católico y atlántico, convirtiéndola, al suprimir el coro y retablos, en una iglesia de rito protestante".
También en la misma ciudad -La Laguna- se ha cometido un grave desafuero con la iglesita del Hospital de Dolores. Al limpiar sus vetustos enjalbegados se le ha quitado su carácter cálido y emotivo.
Lo mismo se podría decir de otras ciudades como Icod y La Orotava. Un buen alcalde defiende en la actualidad, en lo posible, el viejo puerto de Garachico. Por suerte, las aldeas, y los pagos tinerfeños en gran parte, siguen conservando su fisonomía.
Gran Canaria El problema es distinto en la isla de Gran Canaria. Por lo menos allí se ha puesto el cuidado en salvar y valorizar algunas ciudades y barrios. Su Comisión de Monumentos, un presidente de cabildo joven e inquieto y el inteligente paternalismo de Armas Ayala lo han hecho posible. De esta forma ha sido salvado el elegante barrio de Vegueta. Mas, aunque admiro a César Manrique en su gran labor de defensa del patrimonio artístico cultural canario, no estoy de acuerdo con él en que en Vegueta "
deberán estar radicados los hoteles más lujosos, las mejores tiendas y los restaurantes más caros". Esto convertiría a esta joya arquitectónica en una especie de "pueblo español". Ocurriría lo que recientemente ha acontecido con el barrio de Santa Cruz, de Sevilla, en donde las adaptaciones sólo significan destrucciones, cambiándose lo auténtico por el oropel. Siguiendo con Gran Canaria, es lástima que no se haya mantenido la integridad de las casas modernistas de la calle de Triana, aunque se cuiden esmeradamente las mansiones fin de siglo de la ciudad de Arucas.
La situación en las otras islas Las pequeñas islas han sido dejadas de la mano de dios. las violaciones y vejaciones al patrimonio de éstas se han convertido en hechos cotidianos a lo largo de estos últimos años.
Así, en La Gomera, el representante del Patrimonio Artístico ha presentado dos veces la dimisión por los continuos desafueros. En La Palma ocurre otro tanto. Lanzarote, que gracias a Manrique se conservaba impoluta, comienza ya a sufrir los ataques de las potentes constructoras. Menos mal que en Arrecife algunos de sus pueblos siguen todavía siendo los más bellos del mundo.
Son las islas más pequeñas del archipiélago, desde El Hierro a la Graciosa y Lobos, donde todavía el paisaje y entornos urbanos se funden armónicamente, sin excesivas manchas. Lástima que ello se obtenga a un precio excesivo, el de la miseria. Esperemos, sin embargo, que algunos proyectos de futuras planificaciones en estas admirables islitas no sean llevados a cabo. Pues planificar o urbanizar en nuestro país son sinónimos de destrucción arquitectónica.
Los Culpables ¿Quiénes son los culpables de tantos desatinos? es imposible individualizar. La culpabilidad reside la sociedad entera. Amparados por una ley del Suelo, la oligarquía especuladora, con el beneplácito de no pocos ayuntamientos, abre el camino de los desmanes. Contra ello, apenas pueden poner barreras ni las comisiones de protección ni otras dignas instituciones culturales. Algunas de ellas, como la Comisión de Protección de Tenerife, han luchado heroicamente, presididos primero por Jesús Hernández Perera, y actualmente por Rafael Delgado. Otras reorganizaciones, como el Colegio de Arquitectos de Canarias y las diferentes cajas de ahorros, intentan desesperadamente la defensa de los conjuntos urbanos, pero sus éxitos son pocos. Mucho mayores sus fracasos. Lo incongruente es que en ocasiones, y no escasas, son algunos de entre sus propios dirigentes los que boicotean las planificaciones de protección y obstaculizan el necesario proceso de concienciación colectiva, tan urgentes para Canarias. Ni siquiera lo propios cabildos insulares poseen todavía la autonomía y fuerzas suficientes para impedir los desastres.
Mientras las cosas sigan así, mientras no se nacionalicen o regionalicen las ciudades, éstas, como decía César Manrique, refiriéndose a La Laguna, "
serán prostituidas, mancilladas, ensuciadas, en un afán de obtener riqueza urgente, sin tener en cuenta un análisis de futuro".
Para que esto no ocurra es necesario que Canarias rompa prontamente con la infracultura y el letargo impuesto desde hace más de un siglo por el caciquismo oligárquico. Sólo sería lograble esta ruptura con una autonomía democráticamente estructurada.
Gazeta del arte: exposiciones y subastas (agosto de 1976, especial Canarias), pp. 3-4.