La desertificación de Fuerteventura
Juan Miguel Torres Cabrera
Doctor en Ciencias Biológicas
Profesor de Educación Secundaria - I.E.S. Gran Tarajal
Fotos: Juan Miguel Torres Cabrera - Sergio Socorro - Francisco Rojas Fariña
Fuerteventura es un desierto, y lo es desde hace varios miles de años. Su paisaje actual, marcado por la presencia de llanos, relieves antiguos y erosionados, escasa vegetación, abundancia de piedras en la superficie de los suelos, zonas cubiertas de arenas y el escaso poblamiento, coincide con esa definición.
Ninguna otra isla del archipiélago canario presenta un paisaje desértico tan marcado como Fuerteventura. Es el territorio más árido del estado español y de la Unión Europea, y debido a causas naturales y humanas se ha convertido en un territorio con dificultades para el desarrollo de la vida; es decir, se ha desertificado.
Las causas naturales: la naturaleza aliada con el desierto
Fuerteventura tiene desde mucho antes de su poblamiento un clima que, sin grandes variaciones, ha sido marcadamente árido. La escasez de precipitaciones y la elevada evaporación limitan la disponibilidad de agua y, como resultado de ello, la cubierta vegetal es escasa y la vida asociada a ella también. La ausencia de vegetación hace que los suelos estén más expuestos a la acción de los agentes erosivos, como el agua o el viento, lo que hace que importantes cantidades de tierra sean arrastradas hacia el mar o transportadas por el viento. El suelo se defiende de este ataque dejando en su parte más externa aquellos componentes que ni el viento ni el agua consigue arrastrar: las piedras. Éstas se van acumulando en su superficie y protegen sus horizontes profundos, pero al mismo tiempo el suelo también se empobrece. En este proceso los horizontes más superficiales, ricos en nutrientes y microorganismos, han desaparecido por erosión, y esto obliga a la vegetación a adaptarse, no sólo a la escasez de agua, sino también a un suelo pobre en nutrientes.
Por otra parte, la escasez de vegetación no facilita la infiltración de la lluvia, con lo cual el agua escurre por los barrancos y se pierde en el mar otro importante recurso para la habitabilidad del territorio. Del agua que se infiltra, una parte es retenida en el suelo y retorna a la atmósfera por evaporación al cabo de uno o dos meses; otra, más pequeña, atraviesa el suelo y alcanza el acuífero, especialmente en los barrancos y redes de drenaje, y en su camino se carga de sales.
Las sales, tan frecuentes en las aguas subterráneas de Fuerteventura, tienen su origen, en su mayor parte, en el mar. La maresía, ese pulverizado de gotas y humedad marina, contiene las sales que son arrastradas por el viento hacia el interior de la isla y depositadas en la superficie de la tierra. Después de este recorrido aéreo, el agua completa el resto del viaje. Una parte de estas sales es disuelta por las aguas de escorrentía y devuelta de nuevo al mar. Otra parte se mueve con el agua de lluvia y se incorpora al suelo, donde se acumula y hace, en consecuencia, más difícil el crecimiento de la vegetación, o bien es llevada hasta capas más profundas por las aguas de infiltración y alcanza el acuífero dándole su conocido carácter salino.
Por todo ello, el agua en Fuerteventura es escasa y los pocos manantiales existentes aportan reducidos caudales de aguas salinas que escurren por algunos de sus barrancos como las lágrimas de esta isla sedienta.
Así es el desierto majorero: la escasez de agua, la pobreza de los suelos y la presencia de sales en ambos condicionan el funcionamiento de su ecosistema. Éstos son los principales factores que limitan el desarrollo de la vida en esta isla y que hacen que de forma natural sea un territorio desértico.
Las causas antrópicas: la actividad humana como acelerador de los procesos de desertificación
Toda la isla no ha presentado siempre las características anteriormente descritas, pues aproximadamente una décima parte de su superficie, distribuida por las montañas más elevadas de Betancuria y Jandía, conservó hasta hace pocos siglos un paisaje menos desértico del que ahora conocemos. La mayor disponibilidad de agua y la fertilidad de los suelos permitieron que albergaran una vegetación de carácter arbustivo y arbóreo ahora desaparecida.
La destrucción de la cubierta vegetal de estas zonas, así como la del resto de la isla, puede considerarse como uno de los procesos antrópicos que más han contribuido a la desertificación de Fuerteventura. La necesidad de leña, el laboreo de tierras en sectores de pendiente y el sobrepastoreo dejaron los suelos desprotegidos frente a la acción del agua y el viento, y los procesos de erosión se han visto acelerados.
Por otra parte, el desarrollo de la agricultura de regadío de alfalfa y tomate durante el siglo XX llevó aparejada la sobreexplotación del acuífero y la salinización de los suelos. Marismas, fuentes y charcas naturales se desecaron y el riego con aguas salinas de pozos empobreció las tierras de cultivo.
En la actualidad, las modernas técnicas de desalación de agua por ósmosis inversa están contribuyendo a una mayor sobreexplotación del acuífero. Ahora la mitad del agua extraída de los pozos se vierte al mar como residuo del proceso de desalación, mientras que se riega con la otra mitad del agua desalada. Esto implica que el riesgo de salinización de suelos sea menor, pero supone que para obtener el mismo volumen de agua de riego sea necesario extraer del acuífero el doble que cuando se regaba directamente con el agua sacada de los pozos.
La sobreexplotación de las aguas subterráneas aumenta en la actualidad aunque la actividad agrícola haya remitido. Los núcleos turísticos desalan sus aguas a partir de extracciones de pozos que, aunque cercanos a la costa, siempre afectan en mayor o menor medida al acuífero. La alta demanda de agua de estos nuevos núcleos ha ocasionado la desecación de las fuentes de sectores próximos a ellos.
Los intentos de aprovechamiento de las aguas superficiales con la construcción de embalses han resultado fracasados. La erosión de los suelos ha llenado de sedimentos presas como la de Las Peñitas, cuya capacidad se ha reducido a menos de una décima parte de la que tenía en el momento de su construcción hace sesenta y tres años. Además, debido a la elevada evaporación y a su ubicación en barrancos con manantiales salobres, la poca agua embalsada se saliniza con rapidez y se hace inservible para cualquier uso, como ocurre en la presa de Los Molinos.
Por tanto, destrucción de la cubierta vegetal, prácticas agrícolas insostenibles, sobrepastoreo, sobreexplotación del acuífero y riego con aguas de mala calidad, son prácticas que han desencadenado una serie de procesos que en los últimos seiscientos años han hecho de Fuerteventura un territorio más desertificado.
Sin embargo, también han operado en esta isla actividades humanas que han contribuido a limitar el proceso de desertificación.
Las gavias y la lucha contra la desertificación en Fuerteventura
Las gavias son un sistema de cultivo característico de Fuerteventura, similar al de otras regiones áridas del mundo. Históricamente han hecho que esta isla sea un poco más habitable, tanto para la especie humana como para el resto de seres vivos. Las gavias son terrenos de cultivo allanados, rodeados por un dique de tierra y diseñados para inundarse mediante el desvío del agua que durante los periodos de lluvia discurre por los barrancos y barranquillos.
Las ventajas de este sistema son evidentes: permite humedecer los suelos, lavar sus sales y fertilizarlos de forma natural con los nutrientes transportados con las aguas de escorrentía, procedentes de la erosión de los suelos de la cuenca hidrográfica y del polvo sahariano depositado en ellos. Además, por sus propias características, los procesos de erosión hídrica y eólica se ven considerablemente reducidos en las gavias en comparación con el resto de los suelos naturales. Por todos estos motivos, el sistema de cultivo en gavias se ha revelado como una práctica tradicional sostenible y eficaz para el aumento de la productividad biológica en un territorio árido como el que nos ocupa.
Fuerteventura ha presentado históricamente una cultura muy desarrollada en el aprovechamiento y la gestión de las aguas superficiales. Las gavias son un ejemplo de ello, pero también las maretas, encharcamientos temporales utilizados como abrevaderos del ganado, o las charcas, pequeñas presas hechas con un dique de tierra.
Otras técnicas empleadas en la lucha contra la desertificación en esta isla no se manifiestan igual de eficaces, como es el caso de la revegetación y de la construcción de muros de piedra. Las estrategias de revegetación, adecuadas para restaurar la cubierta vegetal degradada en los sectores de mayor altitud de Betancuria, presentan un porcentaje de éxito muy bajo. Las condiciones climáticas y las características de los suelos hacen muy difícil que éstas prácticas, aplicadas en otros territorios, funcionen en Fuerteventura. Por tanto, es necesario desarrollar técnicas de revegetación adaptadas a las condiciones de la isla.
La construcción de muros y diques en las redes de drenaje o la restauración de los muros de piedras de las cadenas situadas en las montañas se acostumbra a aplicar como medida de lucha contra la erosión. Sin embargo, se trata de una práctica muy poco eficaz, ya que el suelo permanece desnudo y es igualmente erosionado. Además, los diques en las redes de drenaje sólo retienen las piedras y las gravas, mientras que la tierra fina se pierde en el mar o va a parar a los embalses. Se hace necesaria una evaluación de la eficacia de la inversión realizada en este tipo de medidas, dada la cantidad de presupuesto que se le dedica.
Existen otras medidas imprescindibles en la lucha contra la desertificación de Fuerteventura que aún no han empezado a aplicarse de forma planificada. Una es el control del sobrepastoreo, especialmente la eliminación del ganado salvaje en aquellos sectores de mayor riqueza biológica como son Betancuria y Jandía. Otra es la regulación de la explotación del acuífero. Se desconoce cuál es el caudal sostenible que puede extraerse de cada parte del acuífero insular, y además debe controlarse el impacto de los modernos sistemas de ósmosis inversa empleados en cultivos de regadío y núcleos turísticos. Por último, si la lucha contra la desertificación intenta evitar la pérdida de la productividad biológica de un territorio, ello no es posible si no se dispone de los recursos genéticos adaptados al mismo. Esto implica la conservación de la biodiversidad silvestre y cultivada, especialmente de aquellas variedades locales adaptadas a las condiciones de aridez de la isla.
Por tanto, parece evidente que la lucha contra la desertificación en la isla de Fuerteventura pasa por la conservación de las gavias y otras técnicas de aprovechamiento de aguas superficiales, la revegetación de aquellos sectores que albergaron vegetación arbórea hasta épocas recientes, la planificación del uso ganadero del territorio, la gestión sostenible del acuífero y la conservación de la biodiversidad. Es decir, por la conservación del suelo, del agua y de la diversidad biológica de la isla.
Pero, ¿por dónde empezar? ¿Dónde actuar de forma prioritaria en la lucha contra la desertificación en esta isla? Se trata de concentrar los esfuerzos en aquellos sectores con mayores posibilidades de recuperar su potencial biológico. Éstos son las gavias y las zonas de mayor altitud de Betancuria y Jandía. El resto de la isla presenta un comportamiento como territorio desértico, y como tal debe ser respetado. De lo que se trata es de no acelerar con prácticas inapropiadas los procesos de desertificación que ya actúan de forma natural en él. Para ello es necesaria la aplicación del conjunto de medidas antes mencionado.
El desierto y la historia de Fuerteventura: “… de la sed nadie te libra”
La obtención de alimentos en un territorio desértico no es fácil, y la dependencia de las precipitaciones para obtenerlo ha marcado hasta épocas recientes los episodios más dramáticos de la historia de Fuerteventura. Pero, ¿cuánto sufrimiento era ocasionado por las condiciones naturales y cuánto por las relaciones sociales de la época? Parece que, además de las dificultades que imponían unas circunstancias meteorológicas adversas, la organización social de la isla agravaba aún más las consecuencias de éstas. El reparto desigual de la producción de granos en años lluviosos ocasionaba que, mientras el campesinado se moría de hambre en años secos, los grandes propietarios conservaran sus graneros llenos, unos esperando mejores precios en el mercado de las islas centrales y occidentales, y otros asegurándose su supervivencia. El reparto de grano entre la población se producía como medida extrema para aliviar el sufrimiento o para evitar el despoblamiento de la isla ante el temor de que fuese más susceptible de sufrir ataques piratas.
Este modelo, socialmente insostenible, también fue insostenible ecológicamente, acelerando con ello los procesos de desertificación. Las gavias y las tierras más fértiles de La Oliva, Tetir o Antigua eran las ocupadas por los grandes propietarios, y al campesinado más pobre se les permitía el cultivo para asegurar su supervivencia en las tierras más marginales, las cuales tenían una producción entre tres y cinco veces menor que la de las gavias. Se trataba de los cultivos en cadenas de las laderas de las montañas o de cualquier otro suelo que pudiese producir cosecha. Esto contribuyó a la eliminación de la cubierta vegetal y a la aceleración de la erosión de suelos. Casi cincuenta años después de que esta práctica se abandonase, los tabaibales dulces no han recuperado nada del terreno que les quitaron los cultivos en cadenas en las montañas, y sus suelos se han vuelto a enriquecer de piedras en la superficie a consecuencia de la erosión.
¿Y ahora qué? El desierto se puebla
A finales del siglo XX la situación cambia. La habitabilidad del territorio ya no depende de los recursos naturales como el suelo, el agua o la vegetación; ahora los recursos se importan y la población crece sin límite. El desierto es valorado y de repente se puebla.
En efecto, Fuerteventura se convierte en un destino turístico de calidad y sus playas y su paisaje interior desértico son fundamentales para ello. Ese paisaje pasa a ser el nuevo recurso que hace posible la habitabilidad de esta isla.
Pero este nuevo uso del territorio también lleva a la aparición de nuevos problemas que afectan a las condiciones que hacen posible su continuidad. Los flujos de arena se cortan, las playas adelgazan y las dunas se debilitan, el paisaje cambia, árboles y palmeras crecen alineados en los bordes de carreteras donde nunca los hubo, surgen praderas verdes junto a la costa con hoyos para introducir pelotas blancas, la escasa tierra fértil alimenta frondosos jardines turísticos, la producción de residuos aumenta, el consumo creciente de energía rompe las previsiones de los protocolos de reducción de emisiones de gases de efecto invernadero, la población crece de forma continuada. El paisaje solitario empieza a ser frecuentado. El silencio se rompe.
Se han importado modelos de gestión de otros territorios y se ha olvidado que si Fuerteventura se convirtió en un destino turístico de calidad, no fue por la existencia de campos de golf, parques temáticos o monumentos, lo que se conoce como oferta complementaria, sino por la calidad y belleza de su medio ambiente. Cuando la excelencia turística se basa en la oferta complementaria es que su medio ambiente tiene ya poco que ofertar al respecto, y esta isla camina en esa dirección.
Nuevos retos plantea la gestión del desierto majorero. La conservación de su belleza depende, entre otras cosas, de lo inalterado y poco poblado que se mantenga, de la autoestima que desarrolle la población sobre su paisaje y su territorio y, sobre todo, de la gestión que se realice de él durante los próximos años. Tenemos que evitar que Fuerteventura se desertifique más por causas humanas, pero también tenemos que evitar la destrucción de ese paisaje desértico que ha hecho posible su habitabilidad en la actualidad. Para ello es necesario imaginar e interpretar el futuro de Fuerteventura de una forma diferente a como se ha hecho hasta ahora.