Rincones del Atlántico



Poemas de Pedro García Cabrera



Navegar. Navegar. Navegar.
Enhebrar en los ojos
todos los horizontes de la mar.

Navegar. Navegar.

Tener un muestrario
de todas las olas del mar.

Navegar.
Ser liquen hinchado de mar
en el mar.

Navegar.
Navegar.

Navegar.

(Líquenes, 1928)




Ni a la voz de la sombra del recuerdo.
Ni frente a las piteras ni a las islas.
Ni sobre los tirantes ventisqueros
se detendrá un instante la mirada
que te humedece todos los rincones.
Un destino veloz signa tu frente.
Y has de seguir así. Tus bisturíes
afilarán las torres y las cumbres,
las aguas de la mar y las esquinas.
Y se hincarán tan hondo en tus espejos
que han de sangrarte nieve los costados.

(Transparencias fugadas, 1934)




Biografía múltiple

Tú misma un día escribirás tu historia.
Islas que tienen de coral el beso
y las raíces, pirámides de sombra
y nidos de volcanes, te dibujan
-gemelas de tus altos miradores-
en cartas ausentadas de tus ojos
que pulsan el insomnio de las velas.
Son imágenes tuyas, anagramas
de soledad de boca sin amante,
maduras de esperar, madres de mitos
con ángeles tatuados y tambores,
fieles viñetas de tu biografía.

(La rodilla en el agua, 1934-1935)



Árbol amigo, tu sombra es una mano de ternura
abierta y derramada. Tan alto y te nace a los pies
a ras de hierba, dándole sin mirar,
isla de la frescura y el beso de paloma,
toda semblante de hoja seca y no obstante
maternal hasta el fondo con la tela de araña,
con el rencor de los trozos de vidrio,
con la hebra sin fin de las hormigas
y mi propia ballesta de deseos
que ha crecido en tus brazos,
y latido en tus savias
y dormido en tus frutos
dulces como los senos del amor y del mar,
Ahora estoy tendido bajo tu sombra
y te oirás mi sangre
como te oyes el viento derramar tus madejas
y un posarse de pájaros en tu raíz de bosque.
Tan alto como estás y no te olvidas
de que tienes un poco del destino del hombre,
de que fluyas en el alma del tiempo,
que es verde por ser tuyo, porque tú te has hecho rama a
[rama,
hoja por hoja, pecho y espalda de propia vida.
Árbol amigo, ahora que tan juntos no hemos encontrado
¡qué pena que no tengas
el silencio interior de mi alegría!

(Rescate del hombre, Tacoronte 4-IX-49)



Como un Árbol

Fue en tu pequeña mano,
en el mar de una mano,
donde sembré mi vida
como un árbol.

Tus dedos, nuestros dedos,
raíces de ternura.
Y nos creció la sombra
como un árbol.

Mis manos en las tuyas
tus dedos injertados en los míos,
nido se hizo el árbol.

Fue en tu pequeña mano,
en el mar de una mano,
en donde nos nacimos
como un árbol.

(Escrito el 22 de octubre de 1968)





Elegía de un banco

    A Arnulfo Córdoba y María Luisa,
    en un banquito de la Plaza San Telmo


¿Y puede ser este solar mendigo,
lleno de calles harapientas,
la plaza en la que estuvo
el banco aquel, en que el hogar de ahora
el amor puso la primera piedra?
El banco ya no existe.
Nadie más que nosotros todavía
verlo podrá, ociosamente echado
a la sombra o al sol, junto a unas casas
que en familia vivían sus colores.
Parecía de todos aquel banco,
que no tuviese soledad ni mundos
de silencio interior; pero a nosotros
siempre nos protegía, recordando
que fue árbol con nidos y que tuvo
también su juventud de ramas verdes.
Y de aquel banco público,
huésped de una placita que el mar rumoreaba,
íntimo como un surco,
feliz como una ceja,
levantábase el bosque
de nuestras confidencias,
un enjambre
de economías y proyectos,
tu ajuar de novia, pájaros en la voz,
el hormiguero de los días
con su brizna de miel entre las alas
y con su luz amarga en ocasiones.
El banco aquel, una ilusión flotante,
dejaba de ser nube,
tocaba tierra firme
al ponernos de pie para marcharnos,
color la tarde de tus ojos.
Ya el banco no está allí.
La plaza misma
está cayendo a golpes de piqueta,
la abatirá la lanza de una calle
y no tendrá una cruz que la recuerde.
Pero él sigue anidándonos y acoge
nuestros brazos de hoy en su espejo de antes,
proyectada su sombra en nuestros hijos.
Fieles a su amistad, no lo olvidamos
nosotros y la mar, cuyos rumores
ni podrán arrancarlos de la sangre
ni serán derribados por barrenos.
¡Pobre banquito nuestro!
Ojalá te hubieran enterrado
en la canción de cuna de las aguas,
tendido entre las olas
desplegadas las velas del recuerdo.
Y así a ti mismo fiel continuarías
peregrinando nubes y horizontes
en tu vaivén de tabla enamorada.

(Entre cuatro paredes, 1968)




Polución

Ahora sí que estamos en capilla.
Ningún juez ha firmado la sentencia
para dejar de ver el rostro de los días,
los cabellos del aire,
los pies de las montañas.
Las fábricas se salen con las suyas:
inmolan
lo que aún nos quedaba en el haber.
Y la muerte produce dividendos
en esta sociedad a tumba abierta
que llaman de consumo.
Hasta a la mar le duele el horizonte,
la soledad de nuestra compañía.
Está perdiendo el aire los pulmones,
la mar sus esperanzas
y los ríos sus muslos sin regazo.
Y no digamos nada de las penas
de quienes van la noche trabajando
para dar con el alba.
Haced un plebiscito.
Y que voten los árboles
con sus nidos vacíos,
las aguas con sus peces flotando a la deriva,
las desprovistas madrigueras.
Y que voten también los desiertos,
las islas, las arenas,
los cestos de basura de las calles,
el beso de los novios y los cines.
Sí, votemos por el sueño de la vida
los que estamos al borde de la muerte.

(Ojos que no ven, 1977)
  A la mar voy todavía

A Luis Hernández Alfonso, en Madrid



Dime tú, mar, ahora ¿a qué naranja
he de tender mi frente?
¿Debo arrancar de cuajo tus arenas,
golpear tus rumores,
escupir tus espumas,
matar tus olas de gallina de oro
que sólo ponen huevos de esperanza?
La paz te he suplicado y me la niegas,
mi ternura te ofrezco y no la quieres.
Pero algo he de pedirte todavía:
que no hagas naufragar a mi palabra
ni apagar el amor que la mantiene.

Aún mi mano en la mar, así lo espero.

(La esperanza me mantiene, 1959)




Nana de una Isla

Ella había nacido para el mar.
Las curvas de su espalda,
desde muy pequeñita,
tenían cumpleaños de olas.
Se despertaba
con rumores de playa en los costados,
con sus cabellos de alga en las arenas
y el pez de la sonrisa
nadándole los labios.
Crecíase hacia adentro,
hacia sus libertades submarinas,
que tomaban el sol abriéndole los ojos
en tirones de sueños y resacas.
Por la noche soñaba con sirenas.
Un día se fue al mar:
iba llorando soledades.
Una lágrima fue su salvavidas.
De ella tomó volcán, intimidad y contorno.
Y se quedó flotando entre las aguas.
Ahora es una isla que llaman Tenerife.

(Vuelta a la isla, 1968)



A mi sobrina
María de los Ángeles García Soto





Un día habrá una isla
que no sea silencio amordazado.
Que me entierren en ella,
donde mi libertad dé sus rumores
a todos los que pisen sus orillas.
Solo no estoy. Están conmigo siempre
horizontes y manos de esperanza,
aquellos que no cesan
de mirarse la cara en sus heridas,
aquellos que no pierden
el corazón y el rumbo en las tormentas,
los que lloran de rabia
y se tragan el tiempo en carne viva.
Y cuando mis palabras se liberen
del combate en que muero y en que vivo
la alegría del mar le pido a todos
cuantos partan su pan en esa isla
que no sea silencio amordazado.

(1964)
(Las islas en que vivo, 1971)





Islas del despertar

Basta de ser colillas apagadas
del cenicero de los mares.
Ombligos de la sed,
sólo un placer de humanidad nos puede.
Vivimos como ardemos y pensamos,
con nuestro sentimiento de volcanes
y la melancolía de estar solas.
La pirotecnia de un amor de fondo
nos acelera el ir aunque parezca,
de tan veloz, cronómetro parado.
Esperar no es un fin.
Borrón y cuenta nueva a la molicie
de rumiar soledades.
Nuestro malotaje de esperanzas
no oculta el puño de la rebeldía.
Y hemos roto el pijama del silencio.
Ni somos descendientes
de una lengua cortada
ni queremos sudar hiel y vinagre
ni seguir siendo súbditas
de una feria de olvidos.
No deseamos otras pertenencias
que no sean las alas de los vuelos.

(Ojos que no ven, 1977)








Piloto de mi muerte

Cuando el hielo le gane la partida
a la hoguera en que ardo,
cuando ya sea mito mi existencia,
enterradme en los bordes de la mar,
donde sigan las olas defendiendo
la libertad que siempre ha fecundado
la isla de mi cuerpo,
el timón nunca roto
que dio rumbo a mis pasos
y me llenó las venas de horizontes.
Vida tendré mientras mi sueño viva
y su rumor levante mi palabra
desde los pies del agua sin fronteras
hasta las sienes de la eternidad.



(Desvirgando soledades, 8-V-79)







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